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En Monstruas y centauras, Marta Sanz se plantea cómo escribir desde la vindicación

Marta Sanz ha escrito un libro desde los más hondos reclamos de género. Más reivindicativo en su crítica social que su novela Farándula, porque no es ficción. Más profundo en su feminismo que Clavícula, porque usa para nombrar los fenómenos exteriores la potente voz introspectiva que allí exclama: “escribo de lo que me duele”. Lo más impresionante es que Monstruas y centauras: Nuevos lenguajes del feminismo logra ambos cometidos en escasas 132 páginas. Y lo hace gracias a su tono entre irónico y socarrón que permite a su autora colarse por los más delicados asuntos mojándose sin mancharse, siempre expresando sobre cada uno sus más sinceras opiniones.

El punto de partida del breve y personalísimo ensayo es el #MeToo como estrategia de visibilización de la violencia sexual en el mundo y las reacciones que suscita entre quienes temen la posible “caída de la civilización occidental” por culpa de “unas locas que reclaman su lugar en el mundo”, incluidas ciertas intelectuales francesas.Una carta firmada por centenares de celebridades de ese país, como la actriz Catherine Deneuve, le reclaman a la campaña en redes sociales contra el acoso sexual la necesidad de matices. No se reconocen en un feminismo que supuestamente se sustenta en el odio a los hombres. Dicen que, en Francia, la seducción es un juego inocuo, cercano al amor cortés. Sanz lee sus quejas como muestras de soberbia cultural y se pregunta por qué suponen las francesas que ellas son quienes más saben en el mundo sobre seducción. Parafraseando un artículo de Rosa Montero para El País, advierte sobre los peligros de confundir “la agresión y la humillación con el cortejo amoroso”.

Sanz escribe en España, en 2018, meses después de conocerse la sentencia de La Manada, según la cual la violación en grupo de una joven durante las fiestas de San Fermín, en julio de 2016, no tenía indicios de agresión por lo cual se imputaba a los acusados apenas por abuso sexual, castigándolos con una pena mucho menor a la correspondiente por su delito. El hecho que desató la indignación de la opinión pública muestra la violencia estructural que se ejerce contra el cuerpo de las mujeres y que la autora de La lección de anatomía imbrica dentro de una violencia económica profunda y generalizada, donde incluye las desigualdades en el trabajo y en las oportunidades sociales: “Yo soy de esas feministas que no saben separar el patriarcado del capitalismo”.

“Las palabras escogidas y las maneras de encadenarlas rebelan un modo de estar en el mundo”

El problema que plantea Monstruas y centauras es cómo las intelectuales pueden aprender a escribir desde la incertidumbre o la vindicación. “No se trata de linchar al monstruo —me digo a mí misma, para sentirme mejor— sino de escarbar en el origen de la monstruosidad, utilizar pomadas antibióticas, reeducar la postura”, explica. Por eso se pregunta cómo pueden las escritoras generar sus propias narraciones si deben expresarse desde el lenguaje del opresor: “Se acusa a las mujeres que hacen política con la forma del lenguaje como si la forma del lenguaje estuviese exenta de todo tipo de posibilidades ideológicas. Mientras tanto, el conocimiento y la opinión se confunden y se exalta la ignorancia como si tal explotación fuese un principio democrático que nos igualase”. Porque el feminismo no vulnera el lenguaje por descuido, sino por denotar un “estado de la cuestión larvado en la desigualdad”. Y es justamente ese procedimiento el que lo convierte en un enorme movimiento de impacto mundial.

“Temo entrar, y me rebelo contra ello, en una competición de feminismos”

Si la cultura proyecta en sus interpretaciones las estructuras de poder, Sanz alerta contra la hipocresía y señala la incapacidad de comprender los productos culturales fuera de una ideología —o de cualquier otra preconcepción: “la cuestión pedagógica parte de la base de que no se puede aprender nada si no se sabe algo previamente”—. Esto le permite proclamar la necesidad de repensar cómo estamos enseñando a leer a los ciudadanos. Si nuestra lectura puede estar contaminada por estereotipos, la escritora apunta hacia el feminismo como estrategia para revelar y corregir desigualdades a través de procedimientos como desmontar el lenguaje del poder —“la violencia de la sintaxis es cuestión política”— o señalar los lugares donde las mujeres deben hacer esfuerzos mayores que los hombres para ser igual de reconocidas que ellos. Lo que importa, en realidad, es que la lectura se convierta en un instrumento de empatía, que se comprenda como un proceso de intercambio de contenidos y no como una herramienta para solidificar las estructuras de poder. Y he allí que el valor fundamental de Monstruas y centauras no solo es la capacidad que muestra su autora para reírse de sí misma al mismo tiempo en que visibiliza las enfermedades de la sociedad, sino que hace lo que muy pocos ensayos reivindicativos se atreven: prescribe a esos males una cura.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

El collage que ilustra esta nota es de la artista Katie MaCann, cuya página web puedes ver aquí. Si te gustó esta reseña te invitamos a que leas la que publicamos el 8M de Buenas y enfadadas. Además te invitamos a la actividad sobre este libro (y sobre Buenas y enfadadas)que organiza nuestra revista y cuya información puedes leer aquí.

 

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