Marta Sanz: “Saturno sufre” en La viña de las uvas negras, de Livia de Stefani

Reproducimos aquí tres secciones del epílogo que Marta Sanz escribe para la primera edición en castellano de la novela La viña de uvas negras de la escritora italiana Livia de Stefani (1913-1991). Deseamos que este pequeño abrebocas donde se tratan algunos de los diversos temas de la obra pique la curiosidad de nuestros lectores para que lean libro y epílogo.

 

Saturno sufre

Poda: las irritantes tareas de contextualización

Livia de Stefani es una escritora siciliana que desarrolla parte de su producción poética y narrativa en la década de los cincuenta. Concretamente de 1953 es La viña de uvas negras, que ahora ofrece a los lectores españoles la editorial Altamarea. Los cincuenta en Italia fueron años artísticamente brillantes; en aquel periodo publicaron algunas de sus obras escritoras y escritores nacidos aproximadamente a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX: aparecen El conformista (1951) y La ciociara (1957) de Alberto Moravia; Pasolini, más joven, compone y edita los lúcidos poemas de Las cenizas de Gramsci (1957); Giorgio Bassani comienza su ciclo Il romazo di Ferrara que culminará en 1962 con El jardín de los Finzi-Contini; en 1958 se publica póstumamente El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa que había muerto un año antes a causa de un tumor pulmonar; Leonardo Sciascia da a la imprenta su primera novela Las parroquias de Regalpetra en 1956… Aquellos años Elsa Morante o Natalia Ginzburg también comenzaron a despuntar con obras como La isla de Arturo de Morante, premio Strega en 1957. Habría que esperar a 1963 para que Natalia Ginzburg, palermitana como de Stefani, sacara un texto autobiográfico casi insuperable, Léxico familiar. En cuanto a la escritora y actriz, también siciliana, Goliarda Sapienza (Catania, 1924- Roma, 1996) la espera sería mucho más larga: hasta los noventa no pudimos disfrutar de su obra mayor El arte del placer, escrita entre 1967 y 1977, y protagonizada por Modesta, uno de los personajes femeninos más poderosos y complejos de la literatura europea del pasado siglo.

Injertos: Pavese y Caballero Bonald

Cesare Pavese se suicidó en 1950, pero en 1949 había aparecido El bello verano, un texto fundacional que, en cierto modo, se relaciona con la novela de de Stefani: el despertar sexual como vergüenza y suciedad, la traumática pérdida de la inocencia, el crecimiento como corrupción en sociedades autoritarias y represivas, la plasmación de un cuento de hadas “a la inversa”, se sitúan en el territorio de esa Italia musoliniana en la que nacieron, crecieron o maduraron estos escritores. Sin embargo, en el caso de Pavese, la historia de Ginia tiene lugar en el marco de la Italia urbana e industrial del Norte, mientras que la de los hermanos Badalamenti, protagonistas a su pesar de La viña de las uvas negras, sucede en el sur, en la Sicilia rural del mar y las vides. En España, José Manuel Caballero Bonald, brillante poeta y narrador adscrito a la Generación del 50, profundiza en las injusticias sociales y en los abusos laborales en los viñedos y bodegas de Andalucía en Dos días de septiembre, premio Biblioteca Breve en 1961. Los ricos propietarios y los recolectores pobres. Los que se rompen el pecho y se maceran en vino la voz para cantar en las fiestas privadas de los señoritos. La miseria. La desigualdad. El mundo mal hecho y mal repartido. La violencia y las relaciones de poder que también constituyen una de las columnas vertebrales del libro de De Stefani.

 

Una escritora siciliana de su tiempo y adelantada a su tiempo

Estas irritantes tareas de contextualización que, utilizando las eficaces metáforas agrícolas de la autora de La viña de uvas negras, siempre suponen una sectaria labor de poda, parecen imprescindibles para valorar el trabajo de Livia de Stefani, escritora nacida en 1913 en el seno de una privilegiada familia de Palermo y muerta en Roma 1991. De Stefani despunta como narradora superados los cuarenta años, bajo el estímulo del polifacético Alberto Savinio. Las siguientes páginas no son más que un intento de destacar la singularidad y los aciertos de La viña de uvas negras, en un campo literario marcado por la dictadura de Benito Mussolini (1922-1943), la posguerra y la pluralidad de visiones artísticas que abarcan desde el neorrealismo hasta la neovanguardia pasando por un caleidoscopio de interesantes posicionamientos mestizos. En el caso de Livia De Stefani, como en el de Sciascia, las peculiaridades sociales, políticas y económicas de Sicilia se erigen como aspectos centrales en la narración. Si la comparamos con Ginzburg o Sapienza, más allá de la coincidencia en la isla natal, a la sicilianidad, manifestada en grados distintos por las tres escritoras, habría que añadirle la preocupación por esos asuntos que colocan en desventaja a las mujeres por el mero hecho de serlo. O por el magnífico hecho de serlo. Vaya usted a saber. En cualquier caso, por su condición de mujer que escribe, por su crítica de sociedades que estigmatizan a las mujeres y por su sensibilidad hacia las problemáticas sociales de Sicilia, Livia de Stefani es una escritora de su tiempo y, a la vez, adelantada a su tiempo.

 

Esto no es una novela decimonónica

La viña de uvas negras es una novela centrada en la formación de la familia de Casimiro Badalamenti, prototipo del hombre de mafia, en la Sicilia de los años treinta y cuarenta. Cuando comenzamos a leer la historia pensamos que los acontecimientos transcurren en una pretérita posición de las agujas del reloj, pero muy pronto la mención al cine o la aparición de un automóvil nos sacan de nuestra fantasía decimonónica para hacernos tomar conciencia de que en realidad el universo que está recreando Livia de Stefani es el de su juventud. Gaspare Marino, uno de los personajes “positivos” del relato, compra su casa en 1928 y dos años después se empiezan a desencadenar los acontecimientos de una historia que se prolonga hasta la década de los cuarenta. Periodo de entreguerras y dictadura de Mussolini. De Stefani afila la memoria y la punta del lápiz para hacer sobresalir los aspectos más sórdidos de la intimidad de un hombre de mafia, que en el despliegue de sus perversas relaciones de poder, tampoco es indemne a una corrupción que trasmuta las acciones delictivas en actos de bondad y magnificencia. Las corrupciones se naturalizan y se nombran con el lánguido y fraterno sustantivo “favor”. Favores hechos y favores debidos. Favores que se archivan en un libro de contabilidad moral y que pueden dar beneficios a corto, medio o largo plazo. Algo similar ocurre en la España de hoy con seres de carne y hueso que parecen personajes de ficción -léase Fabra- o en libros posteriores al de De Stefani como El Padrino (1969) de Mario Puzo. Porque el momento de escritura de La viña de uvas negras no está muy lejano del momento evocado en la disección de una sociedad patriarcal, regida por valores como el respeto, la autoridad, la sumisión y la obediencia ciega en un ambiente de analfabetismo y represiones que solo puede desembocar en un destino trágico.

(…)

Sexo y género

“Eres un alga y te convertirás en una viña” [pag. 27], tal vez el mundo agrícola, la oscura solidez sarmentosa de Casimiro y la aridez del salitre, el incierto destino del pescador, el vaivén de ola de Concetta [su concubina] logren su fusión en el hijo con el que el hombre muestra una virilidad sobre la que planea continuamente la duda: solo las carnes, turgentes o tumefactas de Concetta en sus distintas edades, logran la excitación del hombre de mafia. El sexo, por definición, ha de ser vicioso en un lugar regido por toda suerte de castraciones físicas e intelectivas. El sexo, en La viña de uvas negras, se aborda bajo el prisma del naturalismo y estilísticamente brilla la combinación de la suavidad de acuarela, que insinúa un paisaje aromatizado de azahar, con el claroscuro expresionista de los retratos psicológicos. De nuevo, se juega con el choque entre el interior y el exterior, la oscuridad y la luz, con ese antagonismo entre la naturaleza y la civilización que, por la brutalidad de la segunda y el encorsetamiento de la primera, acaba en muerte y en infelicidad: el impulso erótico se pervierte y se transforma en arrebato malsano a causa del salvajismo de códigos machistas, clasistas y supersticiosos. Tanto los hombres como las mujeres son víctimas de esa narración en la narración, simultáneamente crítica y compasiva, de Livia de Stefani. El sexo forma parte de la mecánica para engendrar a los hijos. Para el hombre es mueca y placer saciado, colonización del cuerpo de la hembra hermosa, violencia, deseo de embridar y de quedar por encima. A veces se identifica con una sensualidad extemporánea como cuando Casimiro disfruta oyendo el crujido del vestido de Concetta. Para la mujer, el sexo es herramienta para lograr un fin, pese a que todas las femme fatale acaben siendo cazadoras cazadas y sus mañas solo revelen su vulnerabilidad; para las mujeres el sexo es placer culpable y, finalmente, cansancio, aburrimiento, resignación: “Se vio tumbada sin ganas, fría como una muerta, bajo el calor de Casimiro, que arremetía para resucitarla. La invadió el horror…” (pág. 114) El mordisco se confunde con el beso y, en algunos pasajes, la violencia sexual culmina en intentos de negociación por parte de Concetta.

La ideología sentimental: el patrón y la mujer que maniobra en la oscuridad

La virilidad de Casimiro forma parte de su capital. Se alardea de lo macho que se es del mismo que se alardea del dinero, de una generosidad hacia los otros que es ostentación, de lo bien que se invita. En esta radiografía del patriarcado, Casimiro le da un billete de cien a su hijo Nicola para que lo exhiba y lo gaste en la fiesta del pueblo. También es imprescindible subrayar el dominio sobre una mujer que, en esta novela, se mueve bajo el impulso de sus vísceras y con la ingenua convicción de atesorar el arcano poder del sexo y la capacidad de generar una estirpe. La mujer maniobra en la sombra, cree que con perseverancia puede modelar al hombre y desarrolla sus estrategias en la oscuridad de un ambiente opresivo. Solo ansía sobrevivir. Por eso, adula, halaga, complace, utiliza la famosa “mano izquierda”, asume su encierro, y rentabiliza su fertilidad y su destreza para proporcionar placer. En todo caso, las mujeres son siempre responsables del pecado como inductoras o consentidoras. Este es el ideario erótico de las hembras sumisas y de bien que se trasluce en una conversación entre Concetta y la madre del pretendiente de su hija: “El hacer o no hacer depende de la chica. El hombre lo intenta siempre, pero la joven timorata rechaza, esa es la realidad” (pág. 201) Las mujeres llevamos grabada a fuego la ideología, ya no tan invisible, del heteropatriarcado. Tenemos sus consignas archivadas, como la cosa más natural, en el centro mismo de nuestros peludos occipucios. Livia de Stefani no lo intuía: lo veía, en la década de los cincuenta, con total claridad. Su retrato de mujeres insolidarias porque no les queda más remedio da fe de esa lucidez. La dificultad para negarse al horror, para escapar o rebelarse, a veces se traduce en el gesto de llevarse las palmas de las manos a los ojos. No querer ver. Concetta, que siempre ha vivido al borde la locura a causa de todas estas sogas que la van estrangulando lentamente, vivirá esta experiencia a través del cuerpo y la culpa de su hija. No querrá ver.

“Se vio tumbada sin ganas, fría como una muerta, bajo el calor de Casimiro, que arremetía para resucitarla. La invadió el horror…”

El qué dirán es un mantra que recorre la novela engordando la doble moral y los prejuicios en contra de mujeres que son un objeto relativamente precioso. Casimiro encierra el suyo en una vitrina porque sus brazos son de porcelana cremosa. El objeto se cela y se golpea sobre todo si la mujer es la barragana, la Fortunata, la madre de los hijos bastardos. Concetta es la encarnación de esa mujer de clase baja que todo lo resiste frente a esa otra mujer de una fragilidad, también estigmatizadora; Concetta es la mujer ubérrima y resistente frente a la princesa guisante pequeñoburguesa, para quien la pose del desmayo es el mistificado síntoma de un pedigrí aristocrático inaccesible. La madre de Concetta envejece prematuramente porque trabaja como una mula y la concubina del hombre de mafia, que ya ha superado los treinta, se angustia porque sabe que está a punto de ingresar en la vejez: la centralidad del cuerpo como fuente de seducción o prole justifica la prisa y el desarrollo de tácticas para sobrevivir. Por otro lado, Concetta es cinco años mayor que Casimiro y esa diferencia de edad reduplica sus inseguridades. Livia de Stefani tampoco es insensible al alto grado de mortalidad infantil: a Concetta se le ha muerto un hijo antes de iniciar su relación con Badalamenti. Esa ausencia ahonda en la herida infectada por la presión social a través de la mancha del trauma físico y psicológico. Como tantas otras veces, lo biológico, lo espiritual y lo histórico forman parte de esa santísima trinidad que provoca enfermedades individuales y colectivas.

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Fin: la tragedia dentro de la tragedia dentro de la tragedia

En la mirada de Livia de Stefani anida el amor por su tierra y por las criaturas que la habitan, pero todo ese amor se vuelve rabia cuando se revelan las cavernarias relaciones de poder que vinculan a los seres humanos en el ámbito del trabajo, la familia o las relaciones amorosas. La autora dibuja un encuentro de personajes infelices en mitad de la sensualidad y la luz de una isla paradisiaca. La metáfora bíblica alimenta el texto y, en este sentido, reinterpretamos la representación callejera de la expulsión de Adán y Eva del paraíso: una tragedia teatral dentro de una tragedia novelesca dentro de la tragedia de la realidad que la escritura denuncia. La novela como espejo al lado del camino y como terrorífica mise en abyme.

 

Marta Sanz es autora de las novelas Los mejores tiempos (Premio Ojo Crítico 2001), Susana y los viejos (finalista del Nadal en 2006) y La lección de anatomía, entre otras. En 2007 recibió el Premio Mario Vargas Llosa NH de Relatos. En 2015 recibió el Premio Heralde de Novela por Faránfula (Anagrama) y en 2017 publicó Clavícula . Ha escrito cuatro poemarios (Perra mentirosa, Hardcore, Vintage y Cíngulo y estrella) y dos ensayos (No tan incendiario y Éramos mujeres jóvenes).

 

 

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