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“Llenar el vacío de todos los silencios”: Jardín seco de Samir Delgado

A Samir Delgado hay que leerlo muy despacio en su Jardín Seco, porque correr sobre él, leerlo deprisa, me parecería una profanación. Escucho la música de su interior y se redondea el placer y la paz de la contemplación que desprenden sus poemas. No había visto o leído nada igual nunca. Creo que el pintor abstracto nacido en Filipinas Fernando Zóbel debería resucitar para conocerle y darle las gracias. Y que él pudiera dárselas a él.

Si comienzas esta hermosa obra, con un prólogo de Alfonso de la Torre, que anticipa magistralmente lo que traen las páginas siguientes, solo puedes esperar lo que de verdad te encuentras, la pasión. El marco de la obra de Zóbel y de Delgado, por sí solo ya conmueve: Cuenca, la ciudad misteriosa, bella e inspiradora para cualquier manifestación de cultura, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Su mirada se ha impregnado primero de esa belleza y ahora, todo lo que mira, inevitablemente, lo hace a través de ese filtro maravilloso que tan bien sabe destilar, como un dulce licor, en esta obra.

“Estos poemas aspiran a llenar el vacío de todos los silencios”, dice en el libro. ¡Y cómo lo consigue! Los llena de esa música interior, lejos del estruendo, que necesitamos para vivir. Para mí, es un placer impagable, transitar este libro, pero también toda su poesía, con su voz ya reconocible, pero con todos los colores del mundo, que es lo que hace grande a un poeta. Mirar un cuadro, solo mirarlo, es ya un acto poético, porque te está hablando solo a ti y a nadie contará las mismas cosas que en confidencia íntima, te está contando.

La sagacidad de Delgado para comprender, estremece y amasa el pan de la experiencia que ofrece a otros ojos y oídos, si acaso menos sensibles que los suyos, menos dotados, por eso Jardín Seco se agradece tanto. Hay muchísimos versos de la obra que quieres quedarte en el recuerdo a modo de grabado, como el propio motivo que los inspira, son tantos que probablemente no podría dejar ninguno fuera. Envidio a esas musas afortunadas, esas pinturas, que merecen estas palabras de colores, que adquieren cuerpo: “El blanco prófugo cotidiano de Jonia/ La melancolía del negro por el lienzo/ En el diminuto azul/ Sobre el umbráculo del verde/ En el embarcadero la eternidad turquesa a flote/ Por el Danubio de otro río naranja y ocre”.

De paso reparas en los pequeños seres del reino animal, que también traspasan la frontera del lienzo a la poesía, para que llegues a no saber qué es qué, y puedas sentirte en perfecta fusión con la naturaleza: “Los vencejos aletean la composición/ Vendrán los ciervos a la música del río frente a mí/ Observar el vuelo de la abeja reina a este pretil de madera/ Los coletazos de un pez invisible entre amarillos”.

Todo sucede en todos tus sentidos. Y un entorno incomparable que estremece alrededor del Museo de Arte Abstracto Español, en las Casas Colgadas de Cuenca. Un premio que hay que darse una o muchas veces en la vida. Conseguir que ames colores, formas, texturas, espacios de luz, es conseguir que ames lo más profundo del ser humano y del artista. Y que ames al poeta que abre tus ojos de carne, pero también tus ojos del alma. Delgado lo hace con cada uno de sus versos: “la transparencia necesita de la línea como un misterio rotundo del mundo”.

 

Teresa Pacheco Iniesta es Escritora y poeta. Diplomada en Enfermería y Abogada, Máster en Gestión Sanitaria y Máster en Derecho Sanitario por la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro de la Junta Directiva de la Asociación de Escritores de Castilla La Mancha.

 

La imagen principal de este artículo es una pintura de Fernando Zobel: «Sin temática. Homenaje a Patricio Montojo.  La fotografía de la portada del libro, es la obra de Fernando Zóbel titulada «Jardín seco» (1969) Cedida por cortesía de la Fundación March

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