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La lengua “viperina” de Mary McCarthy satiriza El Oasis

Un grupo de intelectuales, bastante mal avenidos, aunque son todos socialistas, emigran a la parte rural de Pennsylvania en donde construyen una colonia conforme a sus ideales. El primer problema que encuentran es definir cuáles son esos ideales. Como es previsible, el proyecto resultará en el más absoluto fracaso. Esta afirmación no devela el final del libro, la misma Mary McCarthy se encarga de hacerlo desde la página 40; pues lo importante en El Oasis no es el argumento, sino la descripción de las miserias de los personajes a través de sus reflexiones.

El estilo ácido de la prosa aquí explica por qué el nombre de la autora fue sinónimo de controversia el en el siglo XX. Ningún personaje se salva de su ingenio afilado. Hasta el nombre de la colonia es sarcástico: Utopía. Si hubiera podido ser un “oasis” del consumismo estadounidense, los intelectuales lo convirtieron en una utopía, igual a la comunidad imaginada por Tomás Moro en 1516: un proyecto imposible de ejecutar, en especial porque las diversas interpretaciones sobre qué constituía obrar bien o mal hace pensar a unos que son mejores que los otros y viceversa, acabando con cualquier posibilidad de empatía. “[Utopía] podía sobrevivir durante muchos meses, o incluso, años, si se mostraba capaz de asumir la producción de una mercancía más tangible que la moralidad. La moralidad no se conservaba bien; requería condiciones estables; resultaba costosa; estaba sujeta a variaciones, y su mercado era incierto”, escribe la mordaz MacCarthy.

Para Vivian Gornick, la brillante y original tesis radica en su convicción de que “las personas de izquierdas —tanto los intelectuales como los plebeyos— se ven a sí mismas como moralistas de sobresaliente, cuando en realidad, efectivamente, su moralidad es de notable alto”. Es decir: casi, pero no propiamente excelente. Lo cual McCarthy utiliza como “un instrumento de escarnio contemplativo (posiblemente, el más desagradable de todos)”, afirma la autora de Apegos feroces en la introducción al libro editado por Impedimenta.

 

La vida real.

Acorde con el estilo narrativo de la autora nacida en Seattle en 1912, la novela ofrece una esmerada construcción de los caracteres y una voz corrosiva carente miramientos a la hora de dejar malparados a los personajes inspirados en la vida real. Michelle Dean señala en su libro Agudas que la segunda novela de la escritora fallecida en 1989 quizá buscara vengarse de un grupo de sus allegados de izquierdas con quienes intentó recabar ayuda para escritores necesitados fuera de Estados Unidos. El proyecto se frustró antes de alcanzar sus objetivos debido a las rencillas entre los convocados. A juzgar por la ironía con la cual aparecen descritos los personajes de la novela, el fiasco fue consecuencia de sus egos inflados y de su incapacidad para ponerse de acuerdo sobre nada.

Sin embargo, la opción más aceptada por la crítica es que el grupo retratado allí es el asociado a Partisan Review, una revista de referencia para la izquierda estadounidense, en donde ella colaboraba escribiendo críticas de teatro. Esta postura se fundamenta en el hecho de que su editor, Philip Rahv, con el objeto de demandar a la editorial que publicó el libro llamó a varios abogados. Desistió del propósito al saber que, si la querella legaba a los tribunales, le tocaría establecer las similitudes que con él tenía el personaje que lo ridiculiza, Will Taub, a quien McCarthy describe como arrogante e inseguro, capaz de cambiar de una idea a la contraria con tal de ganar una pelea. Rav y McCarhty habían sido pareja cuando ella comenzó a colaborar para el Partisan Review, pero ella lo dejó en 1936 por el crítico marxista y freudiano Edmund Wilson.

Taub es el líder del partido realista, uno de los dos grupos entre los cuales se divide la colonia. “Militaban activamente contra la formación de una colonia que no amenazaba ninguno de sus intereses y que era completamente pacífica y benévola, de forma que, mucho antes de que Utopía cristalizara, ya existía un movimiento anti-utópico claramente definido, y varios hombres y mujeres trataban por todos los medios de disuadir a sus amigos de que formaran parte de un proyecto contra el que su único reproche era que temían no ser invitados”, escribe la autora sobre los realistas. Como su máxima figura, los puristas han heredado un vago socialismo científico que ninguno podía explicar a ciencia cierta. El otro partido en Utopía es el purista, dirigido por Macdougal Macdermott, un personaje que también satiriza alguien de la vida real: Dwigt Macdonald. Él editaba con Rahv Partisan Review. Macdermott aparece por su carácter mordaz: “Los destinatarios de su sátira nunca podrían llegar a odiarlo, pues gracias a ella gozaban de una vida más plena y fabulosa”. Y si hay alguien que sabe de lenguas “viperinas” es McCarthy.

A los ojos del presente, mucho del sarcasmo en El Oasis resulta incomprensible para quien no tiene vínculos con las esferas artísticas de la sociedad estadounidense de la primera mitad del siglo pasado, por eso algunas reflexiones cuesta comprenderlas. Pero hay excepciones notables, como cuando explica por qué la ni la policía ni el ejército estaban interesados en la pequeña colonia, a pesar de que, por un lado, estaban en plena época de enfrentamientos entre Estados Unidos y la Unión Soviética y, por el otro, los vínculos de los colonos con el pensamiento de izquierda y antibélico eran evidentes: “el pacifismo todavía no se consideraba un delito, siempre y cuando el pacifista en cuestión tuviera la edad requerida para llevar armas o alguna discapacidad física”. Dice que, en el fondo, la condición intelectual es siempre inútil para las sociedades. Y recuerda que esa inutilidad es su privilegio y su logro.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

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