A propósito de Los terneros: Derrotados, obsesivos y esclavos en la obra de Rodrigo Blanco Calderón

“Yo portaba la irritante sensualidad de las víctimas”

Los terneros, Rodrigo Blanco Calderón

El derrotado es el personaje fundamental de la narrativa de Rodrigo Blanco Calderón. Su más reciente colección de cuentos Los terneros es prueba de ello. En los seis relatos que la componen desfilan personajes entrañables como el ciego que sortea los laberintos de Ciudad de México, el piloto moribundo en un balneario durante el invierno que lee a Antoine de Saint-Exupéry o el artista plástico que prefiguró la hecatombe venezolana en un cuadro pintado en 1980, todos ellos son símbolos de una raza distinta de antihéroes que aún si no viven en el trópico son hijos de la realidad bolivariana del país donde el autor nació en 1981.

Los terneros sigue la brecha abierta en la forma y el fondo por sus tres libros de cuentos anteriores: Las rayas (2011), Los invencibles (2007) y Una larga fila de hombres (2005). Los cuentos de Blanco Calderón siguen el consejo del argentino Ricardo Piglia (escritor de culto para el caraqueño) según el cual una historia es, al mismo tiempo, dos en una. En su caso, un relato de contenido literario y otro circunscrito a la realidad avanzan en paralelo hasta que hacen eclosión al final y al solaparse los dos niveles significantes se concreta el simbolismo del cuento total. La predilección por este estilo nace del convencimiento de Blanco Calderón de que la vida imita a la literatura y no al contrario. Esta forma de escribir se mantiene en los cuentos de la nueva publicación y puede que sea ya un sello inseparable de su obra. La novedad introducida en Los terneros es un uso de la elipsis que contribuye a fortalecer la semántica del relato. Donde esta práctica llega a su momento cumbre es en el relato que da título a la colección. Tiene la estructura de las escaleras sin principio ni final del cuadro Relatividad (1953) de M.C. Escher. Un cuento dentro de otro cuento que es un cuento sin final: el de un país que una y otra vez se sume en la revolución y la violencia. Sin pies ni cabeza.

“Le dejaron ese miedo atarugado para siempre en los ojos y en el pecho. Le robaron la pureza de los terneros y lo convirtieron en un esclavo”

En cuanto al fondo, Los terneros marca un importante giro dramático para el personaje del derrotado de la literatura de Blanco Calderón. El antihéroe de Los invencibles y Una larga fila de hombres, que en Las rayas se convierte en un personaje obsesivo —con una “larga fila” de depresivos, drogadictos o simples melancólicos— tiene una particularidad aún más trágica en el volumen editado por Páginas de Espuma. Se trata de un tropo inesperado para la literatura pero vinculado con la ignominia de la crisis actual venezolana, donde el derrotado es una ofrenda humana por la libertad del país que no llega a realizarse (ni el sacrificio ni la emancipación llegan a realizarse, se entiende). Este fracaso dentro del fracaso cifra la enorme violencia palpitante en los cuentos. Porque en la incapacidad de los individuos para hacerse trascendentes se encuentra también un poco la incapacidad de Blanco Calderón para ser algo distinto a un escritor. Y por eso resulta fundamental la cita de Mariano Picón Salas que usa en el cuento “Los hijos de la niebla”, cuando se refiere a los poetas venezolanos del siglo XIX, confundiéndolos, o quizá identificándolos, con los jóvenes en la década de los años cincuenta que lucharon contra la dictadura pérezjimenista. “En los meses siguientes me atiborré de poesía. Leí a todos los ‘hijos de la niebla’, esa familia rara de poetas venezolanos que según Mariano Picón Salas, eran ‘capaces del murmullo y del grito’”. Sin embargo, en el caso del autor que ahora vive en París, el murmullo chirría con la fuerza de miles de voces levantadas.

Por eso, el relato “Los terneros” es un hito en la obra de Blanco Calderón. La comparación entre la cría de la vaca a punto de convertirse en alimento y los estudiantes que protestaron en las calles venezolanas contra la vergonzosa dictadura de Nicolás Maduro tiene el ímpetu de un chuzo directo al corazón: al apresarlos, torturarlos y soltarlos esos terneros de carne humana cambiaron la grandeza del sacrificio por la indignidad del miedo. “No tienes idea del terror que se acumula en los ojos del ganado cuando sabe que van a matarlo. Es ese miedo, ese pavor que es como un linaje oculto, lo que hace de ellos unos animales mansos. La única liberación que obtienen es a través del sacrificio”, explica el artista alucinado del cuento que cierra el libro: “Lo peor que le pudieron hacer esos malditos malandros a ese muchacho de la universidad fue no matarlo. Lo llevaron al matadero, desnudo, y después lo soltaron. Le dejaron ese miedo atarugado para siempre en los ojos y en el pecho. Le robaron la pureza de los terneros y lo convirtieron en un esclavo”.

Blanco Calderón sabe contar las historias de antihéroes porque la sórdida realidad de su país hace palpable el fracaso del mesianismo que tanto seduce a los hispanoamericanos. Pero la completa falta de heroicidad de sus derrotados, sus obsesivos y sus condenados no debe confundirse con un fresco de la mediocridad, esa característica distingue la obra de otro venezolano, Juan Carlos Méndez Guédez. La narrativa de Blanco Calderón —también es el caso de su novela The Night (2016)—, con sus asideros en la realidad y la literatura, es distinta porque apela al miedo al fracaso, no a su caricaturización. Sus personajes, caminando sobre las dos líneas argumentales de la realidad y la literatura son una advertencia contra la esclavitud de la propia incapacidad.

No se trata de literatura realista, sino de realidad en la literatura.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

La imagen que encabeza esta nota fue tomada durante el “Caracazo” de 1989. Ha dado la vuelta al mundo, pues es una foto histórica. Colofón Revista Literaria se abstiene de usar las fotos de las protestas más recientes en Venezuela, pero queremos dejar constancia aquí de un asunto: más de 30 años de violencia social ha sufrido este país.

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