Juan Villoro: «Hay que defender la profundidad de la cultura de la letra»

Una visita a Japón de Juan Villoro es una excusa para hablar de literatura. De sus influencias y de sus novelas. De Sergio Pitol. De la época en que el autor de El testigo vivía en Berlín como un autor desconocido. De los géneros en que le gusta escribir. En la conversación intervienen Kazunori Hamada, Gen Yamabe, Ryukichi Terao, Silvia Lidia González, Ulises Granados y Gregory Zambrano que ha prendido el grabador y construye en las líneas que siguen reflexión sobre el oficio narrativo del autor desde sus ideas sobre la cultura pop, los usos de la historia y, por supuesto, el México en que nació en 1956.

– Como escritor, ¿cómo se siente ante el desarrollo de nuevos medios que alimentan el concepto de la globalización?

– Una de las paradojas modernas es que los medios escritos, para no quedarse atrás con respecto a la información en línea y a los medios virtuales, han tratado de imitar sus recursos y sus procedimientos; entonces la mayoría de los periódicos se parecen cada vez más en su diseño y en contenidos web. Tienen muchas imágenes y textos breves. Es un error grave pues están desconfiando de sus recursos, que son diferentes y que solo ellos pueden ejercer. El futuro de la cultura de la letra, en lo que toca al periodismo impreso, está en aprovechar lo que puede hacer este medio y no pueden hacer los demás medios, es decir, en reportajes largos, textos para ser leídos, en el manejo manual de las páginas. Todo esto te da un extra que nunca te va a poder dar el sitio web. Sin embargo, en este momento de desconcierto están tratando de imitar lo que se produce en línea. Otra paradoja es que la mayoría de los periódicos hechos en México viven de la publicidad en el formato impreso y no del servicio en línea, aunque tengan cada vez más lectores en línea. Entonces el servicio en línea aumenta la circulación pero no las ventas, y mientras esto no cambie será necesario el formato en papel. Esto hay que defenderlo haciendo buen periodismo, que se pueda aprovechar mejor en un formato impreso. Yo no tengo nada en contra de los formatos virtuales y gracias a Internet un escritor de América Latina puede ser leído en los lugares más disímbolos, pero hay que defender la profundidad de la cultura de la letra.

«Me interesa la relación entre los sucesos reales, los que pasaron en el mundo de los hechos y su representación, es decir, cómo contamos nosotros lo real. Me viene del periodismo y de la crónica, pero también desde la historia»

– ¿Una novela puede ser una forma de defensa de la literatura? ¿Cómo funcionaría ésta en relación con la historia?

– Me interesa la relación entre los sucesos reales, los que pasaron en el mundo de los hechos y su representación, es decir, cómo contamos nosotros lo real. Me viene del periodismo y de la crónica, pero también desde la historia. El tema central de la novela que se ocupa de la historia es plantearse la historia como un problema de conocimiento. Toda historia se cuenta de manera subjetiva; tiene distintas versiones, muchas veces contradictorias. El tipo de novela que me interesa –Respiración artificial de Ricardo Piglia, Santa Evita de Tomas Eloy Martínez, Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa, por ejemplo– es aquella que toma sucesos reales como un problema de conocimiento. No solo contamos lo que conocemos sino que investigamos misterios de la historia que nunca se van a poder conocer del todo. Allí está la puesta en tensión de lo que realmente sucedió y las versiones sobre eso, que son siempre aproximadas, tentativas, provisionales. Esto me parece fascinante pues recrea un tejido de versiones cruzadas. Lo que llamamos historia es precisamente ese tejido.

– Según Octavio Paz, una de las funciones del crítico literario, consiste en conseguir vínculos secretos que existen entre las obras. El testigo tiene un parentesco inocultable con El desfile del amor, la novela de Sergio Pitol. ¿Podríamos decir que esta novela influyó en El testigo?

– Ciertamente, ésta es la novela que más me interesa de Pitol. Llegó a un punto culminante ahí. Tan es así, que luego se interesó más bien en combinar, en hacer formas híbridas: la ficción con el ensayo y con las memorias, en libros como El arte de la fuga. En El desfile del amor, el protagonista va recibiendo noticias que son datos objetivos que no sirven de nada. Es un historiador que logra atrapar sucesos y esto no le servía de mucho. La única manera de poner en relación los hechos es a través de la conjetura, de lo que pudo haber pasado, de lo que una persona implica, de lo que es contrario a lo que otra persona implica. Este ejercicio fue decisivo para mí. Tuve la suerte de leer la novela en borrador, porque Pitol vivía en Praga en esa época, y yo vivía en Berlín oriental y ninguno de los dos tenía quien leyera sus borradores. Yo pasaba fines de semana en Praga y nos veíamos mucho. Pitol me dejó leerla en borrador. Vi cómo se estaba construyendo, y pude discutir algunos aspectos con él y naturalmente me influyó mucho, como me influyeron muchas de las lecturas de Sergio Pitol, sus consejos como lector, las traducciones que ha hecho, cuando yo mismo he practicado la traducción. Y en buena medida lo hice por consejo de él, como un aprendizaje necesario. Estoy muy cerca de sus maneras de ver la literatura.

«Quizás en me divierto más con las crónicas de fútbol. Es un placer privado que se convirtió en un vicio compartido»

– La ciudad de México que aparece en El disparo de argón, ¿cómo se superponen, a la del resto de sus obras?

– He escrito dos novelas que tienen a la Ciudad de México como su eje: El disparo de argón y Materia dispuesta. En la primera traté de reproducir la ciudad y su sistema de crecimiento a partir de una zona inmóvil, de un solo barrio. La idea era equivalente a describir un océano a partir de una isla que se encuentra en él. De alguna manera, las escenas y el ritmo de vida que allí se concentra prefigura una inmensidad que rodea este espacio. Inventé el barrio San Lorenzo donde transcurre la novela. Quise captar una inmensidad inabarcable a través de una realidad reducida. En Materia dispuesta el ejercicio era tratar de captar una realidad inmensa a partir de sus zonas de transformación. Por más grande que sea una ciudad debe tener una orilla y la novela se ubica precisamente en una orilla de la ciudad, donde están los canales de Xochimilco, el último remanente del lago de los aztecas. Es una zona anfibia, entre la ciudad y el campo, la tierra y el agua, lo construido y lo natural, y ahí crece el personaje. También hay una colonia imaginaria, que se llama Terminal Progreso. El protagonista se interesa en conocer la vida por sus restos, por sus huellas. Tiene una pequeña colección que llama su “colección de basuras”, y a mí me parece que una de las maneras de conocer algo es conocerlo a través del desecho que deja. Él se convierte en un videasta con el tiempo porque es un coleccionista de desechos y finalmente aparecen cosas que luego desaparecen. Todo queda en el video, como una huella, pero desaparecen como actos. Digamos que son dos estrategias para captar una ciudad inabarcable.

– ¿De todos los géneros que cultiva hay alguno en el que pudiera decir que se siente más cómodo?

– Con ninguno. Por eso escribo en varios. Es que si fueran cómodos se perdería el reto de la escritura, el desafío. Se volverían géneros con fórmula. Quizás en me divierto más con las crónicas de fútbol. Es un placer privado que se convirtió en un vicio compartido.

Gregory Zambrano (@gregoryzam) es crítico literario, profesor e investigador de la universidad de Tokio.

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