Estudio de la Mandíbula de Mónica Ojeda a través de una radiografía de Lovecraft

Mandíbula es mucho más que la historia del secuestro de una adolescente llamada Fernanda. Es una panorámica sobre la vida insiginificante de la maestra del colegio de élite del Opus Dei que lleva a cabo el delito, Clara. Es, muy especialmente, el retrato a cuerpo entero de la siniestra inteligencia de la amiga de la secuestrada, Annelise —sin duda, el personaje más ampliamente descrito en la trama—. Pero, por encima de todos los argumentos principales y secundarios, esta novela es la puesta en práctica de los postulados ficcionales que H. P. Lovecraft conjura en su narrativa fantástica, sin abandonar el realismo de tan fuerte arraigo en la literatura latinoamericana, en donde también está inscrita la obra anterior de Mónica Ojeda, Nefando (2016).

Si bien la escritora ecuatoriana se cuida de citar y hasta de usar como epígrafes pensamientos de otros maestros en el arte de infundir miedo a sus lectores, como Edgar Allan Poe, Mary Shelley y Herman Melville, es la teoría sobre el horror cósmico de Lovecraft la que le permite desarrollar la noción, tomada del psicoanalista Jean Jacques Lacan, de que para los hijos la maternidad es “estar dentro de la boca del cocodrilo”. La misma autora apunta hacia la posible interpretación de su obra desde las teorías de Lovecraft incluyendo en la novela el recurso de un ensayo sobre el horror blanco que Annelise escribe como tarea para la clase de Literatura que imparte Clara. Allí echa mano de la definición de Lovecraft sobre el horror cósmico como la presencia de algo monstruoso que, de forma inadvertida pero con contundencia, ha estado siempre presente. “El verdadero horror cósmico es eso, y una vez que se ha revelado (por que sí: es una revelación), permanece al fondo de nuestra mente hasta que nos destruye”, apunta la alumna.

 

El amor de mujer es como el amor de madre.

La frase citada de Lacan se refiere a la particularidad de la madre cocodrilo que mete a sus crías dentro de su mandíbula para transportarlas de un lugar a otro, a pesar de que su mordedura es la más fuerte del mundo animal —ejerce una presión de 1800 kilogramos de fuerza—. Se supone, sin embargo, que el cocodrilo hembra no cierra la mandíbula y que el hijo está dentro de su boca mejor que en cualquier otra parte. Pero,¿y si eso no fuera así?,¿y si la madre cambiara de opinión y cerrara la boca?, se pregunta Lacan. Para el psicoanálisis, esa mandíbula es la imagen del amor materno como una forma devoradora del deseo por el hijo, que se encuentra indefenso frente a los apetitos de la mujer dentro del cuerpo que le dio vida.

Pero no se diserta en Mandíbula a cerca del complejo de Edipo —y menos del papel que cumple Yocasta en este—, sino sobre el punto ciego del psicoanálisis tradicional: las relaciones entre madres e hijas, como eje de la identidad femenina. Hay representaciones de esta díada en cada una de las 285 páginas de este libro editado por Candaya. En Clara, que se identifica tanto con su madre que la imita hasta en la manera de caminar. En la amistad de hermanas que une a Fernanda y Annelise, con todo y sus ribetes lésbicos —“yo quisiera que me guardaras en tus mandíbulas”, le susurra una a la otra—. En el papel de educadora para la vida que se adjudica la maestra. “Yo voy a darte una lección”, dice Clara a Fernanda, hacia el final del libro, aprovechando el doble sentido de la palabra “lección”, como sinónimo de “amonestación” tanto como de “instrucción”.

“El verdadero horror cósmico es eso, y una vez que se ha revelado (…), permanece al fondo de nuestra mente hasta que nos destruye”

Al ponerlo bajo la luz cenital, en el teatro del horror blanco, Ojeda señala que algo siniestro palpita en el vínculo entre madres e hijas y describe cómo esa materia informe irradia hacia el resto de las relaciones entre mujeres. Porque en Mandíbula los hombres son menos que personajes secundarios: algún padre en la parte de atrás del decorado que vuelve del trabajo, un grupo de universitarios que aparecen en una fiesta o un maestro de Religión por quien nadie se interesa.

Es en el luminoso universo de lo femenino donde algo monstruoso palpita, inadvertido. Allí habita un Dios Blanco, llamado también el Dios drag queen, un demiurgo en la frontera de los géneros, ni hombre ni mujer; un travesti que se ubica en el patriarcado tanto como en el matriarcado. Y es allí donde también se encuentra su grey, las adolescentes: no niñas pero tampoco aún mujeres. Ángeles y nínfulas a la vez. “Uno de los aspectos que inquieta de la blancura es que es pura potencia y siempre está demasiado cerca de convertirse en cualquier otra cosa”, escribe Annelise en su ensayo, mientras trata de caracterizar la experiencia del deslumbramiento: “El contraste entre lo mejor y lo peor que el blanco trae a la imaginación es tan grande que me provoca escalofríos”.

 

Del horror cósmico al horror blanco.

Mandíbula es —ya debe ser obvio por lo escrito hasta aquí— una novela sobre el horror. Pero no es una novela gótica. Para Lovecraft, el miedo es la emoción más fuerte y profunda que tenemos, la que permite desafiar aquello que consideramos natural. “El terror y lo desconocido están siempre realcionados, tan íntimamente unidos que es difícil crear una imagen convincente de la destrucción de la leyes naturales, de la alienación cósmica y de las presencias exteriores sin hacer énfasis en el sentimiento de miedo y horror”, escribe Lovecraft en uno de los muchos ensayos que dedica a su narrativa.

La “imagen definitiva” —para usar un término lovecraftiano— de la novela es la mandíbula de un cocodrilo hembra en donde se signa la relación de la madre con la hija como trasunto de todas las relaciones entre las mujeres. La diferencia entre Ojeda y Lovecraft es que mientras este usa lo sobrenatural como eje del horror, ella hunde las raíces alegóricas del universo de Mandíbula en lo más natural del mundo: el carácter ctónico y terrible reservado en nustra tradición a la Madre (Naturaleza).

“Uno de los aspectos que inquieta de la blancura es que es pura potencia y siempre está demasiado cerca de convertirse en cualquier otra cosa”

Uno de los logros del universo femenino creado por Ojeda es que a pesar de sus imágenes homoeróticas, de sus madres terribles y de sus adolescentes descarriadas escribe una historia sobre las relaciones de poder. “En su experiencia[,] los chicos solían ser grotescos y físicamente violentos, pero las chicas, a pesar de su apariencia delicada y simple, ejercían una agresividad distinta, aunque igual de cruel que los varones”, piensa Clara. Nótese que la maestra no dice más cruel que los varones, no. Más bien equipara a los géneros en la crueldad. Y es aquí donde Mandíbula se muestra también como un discurso sobre la realción entre el poder y el miedo. No se le escapará a nadie que la propia maestra es capaz de la crueldad. Pero aún así, los momentos de terror más profundo, a la luz o a la sombra, son donde las adolescentes se entregan a la crueldad. Ojeda crea en esas imágenes de lo siniestro una novela universal sobre uno de los grandes tópicos de la literatura de Occidente desde William Golding hasta Andrés Barba: la maldad de los adolescentes.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

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