Jorge Eduardo Eielson (reseña)

Poeta en Roma: una antología de poemas del peruano Jorge Eduardo Eielson

Son muchos los poetas, pero no todos son artistas. Pocos pueden escribir como si pintaran, o como si entrelazaran sus versos igual que se combinan las frases en una composición musical. El poeta Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924-Milán, 2006) pertenece a ese segundo tipo de creadores, cuyos textos, iluminados por la más perfecta sencillez, resplandecen con el fervor de un cielo en verano.

El libro Poeta en Roma, publicado por la editorial Visor, en edición de Martha L. Canfield, recoge los diez poemarios que el autor peruano escribió durante su estancia en la capital italiana. En los poemas confluyen escenas de una ciudad gloriosa que se descompone con otras donde la cotidianidad aparece, como en “Habitaciones de paredes blancas, en zapatos y corbatas”. En el primer poemario Habitación en Roma (1952), el poeta se pregunta ‘¿sabes tal vez que entre mis manos/ las letras de tu nombre que contienen/ el secreto de los astros/ son la misma/ miserable pelota de papel/ que ahora arrojo en el canasto?’. Estos papeles, que contienen desde n poema para leer de pie en el autobús entre la Puerta Flaminia y el Tritone” hasta una “Divina melodía que ya nadie recuerda”, son el vestigio incomparable de una ciudad eterna donde, en palabras del autor, “El cielo es un tambor y los versos balazos”.

 

Verso y arte.

No es de extrañar que Eielson, además de escritor, fuera artista plástico. Obras suyas como los quipus, que remiten al sistema de cuerdas anudadas que utilizaban las civilizaciones prehispánicas para contabilizar objetos y registrar sucesos históricos, remiten de algún modo a sus textos, a esas esculturas de palabras que parecen materializarse, adquirir colores y formas concretos. Esto ocurre en el poemario Mutatis mutandis (1954) que abre con un poema en el que “existirá una máquina purísima/ copia perfecta de sí misma/ y tendrá mil ojos verdes/ y mil labios escarlata/ no servirá para nada/ pero tendrá tu nombre/ oh eternidad”.

Los versos se tornan así rojos verdes, centelleantes; a ellos se añaden pájaros, viento, y se vuelven a borrar. Se hacen matéricos, como en el poemario Noche oscura del cuerpo (1955), en el cual, tomando como referencia al poeta español San Juan de la Cruz, que Eielson consideraba había alcanzado la más alta de las cimas poéticas, ofrece una serie de poemas-cuerpo —melancólico, enamorado, secreto, vestido…— donde los límites se desdibujan en “construcciones de carne y hueso”.

Los escritos de Eielson tienen “duende” o “daimon”. Federico García Lorca dijo en su conferencia “Juego y teoría del duende” que cada escala que el artista sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende; no con el ángel que deslumbra ni con la musa que dicta y sopla. Los poemas de Eielson, como los de Lorca, tienen ese duende, a partir del cual, el poeta sale de sí mismo y afirma que «El poema que ahora escribo/ No soy yo quien lo escribo/ Sino los pájaros y las nubes”.

«El poema que ahora escribo

No soy yo quien lo escribo

Sino los pájaros y las nubes»

Ese salirse de sí mismo, con claras referencias al budismo zen, aparece en Naturaleza muerta (1958), con poemas breves más cercanos al aforismo o al haiku “La tierra es redonda/ Y azul como una naranja” que crean en su poética una serie de imágenes como si un pintor impresionista las hubiera plasmado en el papel. Incluso los títulos de algunos de sus poemas funcionan al modo de frases redondas, como “La sonrisa de Leonardo es una rosa cansada”; frases en las que se atisba la belleza en lo cotidiano, “en la sombra de Brunelleschi sobre la mesa vacía o en una estrella en el bolsillo”.

Los diez poemarios de Poeta en Roma componen una obra de arte escrita, una mirada al corazón y a las entrañas del poeta, con quien se llora o ríe por las calles sucias de Roma. Leer poemas de Jorge Eduardo Eielson es comparable a mirar de frente un busto milenario, a sentir en los dedos la suavidad de las teclas de un piano, a tomar un café ardiendo y sentir el sol que se cuela por la ventana mientras suena un saxofón. Las palabras que escribió este autor vuelan en un mar de pájaros, celebran la vida y se dibujan en una rosa que aparece ‘Sin saber por qué/ Sin saber cuál es mi pluma/ Cuál el papel/ Y cuál la rosa”.

 

Paula Díaz Altozano es becaria de Doctorado UCM-Santander en la Universidad Complutense, donde escribe una tesis sobre fotografía artística del siglo XX titulada ‘Eros en la imagen’. Autora de los poemarios ‘A orillas de París’ (Ediciones en Huida, 2018) y ‘Ríos de carretera’ (Bajamar, 2019). Escribe poesía, narrativa, aforismos y también se dedica a la ilustración.

 

La fotografía que acompaña a esta reseña es de Baldomero Pestana.

 

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