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Juan Arnau: “En estos tiempos de necesidad, la imaginación es más importante que nunca”

El ser humano imagina continuamente. Ya lo dejó claro el filósofo francés Henri Bergson cuando en el siglo pasado acuñó la expresión homo fabulans, del latín “el hombre que fabula”, que inventa historias, que imagina, que crea. Que vive, en definitiva, porque el hombre no sabe, no puede existir en el mundo sin estar imaginando; la imaginación es esa condición sine qua non que constituye la esencia misma de la vida. No se trata, por tanto, de una cuestión artística, sino vital. Denostada en estos últimos tiempos por el espíritu racionalista, que la ha desplazado al terreno de lo irreal o fantasioso, el filósofo y astrofísico Juan Arnau ha decidido reivindicarla y rendirle homenaje en su último libro, el ensayo Historia de la imaginación.

“La imaginación siempre me ha interesado”, afirma Arnau en una entrevista para Colofón Revista Literaria. “Es el factor humano por excelencia; es la base del deseo, y la vida humana es todo afán y deseo. Por ejemplo, uno se imagina arquitecto, ingeniero, o ayudando a los demás, y a partir de ahí empieza; por eso la imaginación es un elemento fundamental de la vida y, por tanto, es un factor de cohesión”, añade. En este sentido, como se recoge en el libro, la imaginación es precisamente el motor del futuro y de la propia evolución humana, ya que uno proyecta lo que todavía no es para acabar siéndolo. Pero, además, este elemento “vital”, como lo define Arnau, trasciende el tiempo, yendo más allá del momento presente o del devenir, pues es precisamente la imaginación la facultad que edifica los recuerdos y, por tanto, el pasado. “La imaginación no es tanto un asunto histórico cuanto el factor esencial en la construcción de eso que llamamos ‘historia’. Flaubert decía que sin la imaginación la historia sería imperfecta; aquí sostendremos que ni siquiera existiría”, escribe Arnau en su obra.

 

La imaginación, el órgano del alma

En su ensayo, el filósofo ofrece un recorrido, con un estilo directo, claro y didáctico, por las principales civilizaciones que han cimentado las bases de Occidente y la relación de estas con lo que él considera “el órgano del alma”: desde los mitos del antiguo Egipto y la Grecia preclásica hasta el cientifismo del siglo XIX, pasando por el mundo medieval, el Renacimiento y el Romanticismo, cuyos autores “descubrieron en la imaginación el mejor aliado contra la falta de vitalidad de las viejas costumbres y el culto al trabajo”, expresa Arnau. De esta forma, el autor sostiene a lo largo del libro que “la materia prima del mundo no son los átomos o las partículas, sino la imaginación, que es la que mantiene el lazo entre el significado y la materia; el punto de encuentro entre el significado puro y la forma tangible”.

En relación a esto último, el filósofo manifiesta que la tesis de su obra es “sencilla y antigua”, a saber, la naturaleza dual que alberga el ser humano, denominada de muy diversas maneras a lo largo de la historia: espíritu y naturaleza; conciencia y materia; y cielo y tierra, entre otras. En concreto, Arnau defiende que el hombre es una síntesis de la tierra y del cielo. “Esto lo explica la astrofísica moderna: el carbono que hay en el universo se sintetizó en los hornos estelares, es decir, en el interior de las estrellas. Por ello, nuestra herencia es astral: el carbono que hay en nuestros cuerpos tiene su origen en las estrellas”, detalla el autor en la entrevista.

«La materia prima del mundo no son los átomos o las partículas, sino la imaginación»

Siguiendo la teogonía de Hesíodo, la propuesta del libro se resume en que el ser humano es hijo del Cielo y de la Tierra; de Urano y Gea; de lo telúrico y lo alado; de lo ascendente y lo descendente; de lo olímpico y lo titánico, viviendo, así, en una paradoja vital que trasciende el espacio y el tiempo. “El hombre es esa síntesis de las estrellas y lo material; y esa mezcolanza se mueve también en lo que llamamos cuerpo y alma”, argumenta Arnau. A la pregunta sobre la vigencia del conflicto entre mente y cuerpo en la actualidad, el filósofo afirma, con pesadumbre, que ahora impera el análisis de lo corporal para analizar “todo lo psíquico y todo lo mental”; imponiéndose la materia sobre el espíritu, y la lógica sobre la imaginación y la conciencia, lo que lleva a un pensamiento reduccionista que “no hace justicia a la naturaleza genuina del hombre”. En este sentido, Arnau llega a expresar en el libro, en referencia al filósofo presocrático Heráclito de Éfeso, que “si no fuéramos contradictorios, si no fuéramos cielo y tierra, no podríamos ni siquiera ser”. Por eso, caer en el dominio de uno de los dos principios supone un error, pues la riqueza del ser humano reside precisamente en esa “tensión esencial” entre ambos fundamentos, equilibrados pero separados por una brecha que se alimenta mediante la imaginación.

 

Mucha creación, poca creatividad.

El autor advierte de la actual decadencia de la imaginación y de las humanidades por el culto exacerbado a la ciencia, a su juicio, el último gran mito moderno que “no sabe qué hacer con la conciencia”, ya que “es la gran intrusa, una invitada incómoda”. Como Carl Jung, Arnau piensa que el ser humano está asistiendo a un “suicidio del alma”, pues la tecnología está entregando “las potencias de lo humano al conocimiento abstracto y mecánico”. Al mismo tiempo, el escritor también lamenta cómo la sociedad de consumo imperante está afectando negativamente a la imaginación y a la creatividad. “Vivimos en una sociedad consumista, con un capitalismo muy desarrollado donde hay productos imaginativos constantes, pero nosotros vivimos esa imaginación de forma pasiva”, expresa, en alusión al boom de las series de televisión ofrecidas por las plataformas digitales que “aspiran a cumplir nuestras carencias imaginativas”. Arnau ahonda en esta cuestión, y añade: “No somos nosotros los que creamos y proyectamos mundos a través de nuestra imaginación, sino que son mundos que nos vienen ya vividos y nosotros los digerimos como podemos”. Desde su punto de vista, la paradoja de nuestro tiempo reside en que, aunque haya un exceso tremebundo de producción imaginativa, el ser humano es cada vez menos creativo.

«Vivimos en una sociedad consumista, con un capitalismo muy desarrollado donde hay productos imaginativos constantes, pero nosotros vivimos esa imaginación de forma pasiva»

Preguntado sobre el papel de la imaginación durante el confinamiento de los últimos meses provocado por la Covid-19, Arnau declara que los seres imaginativos “han sobrevivido mejor a esta situación” que aquellos que no lo son tanto. “La imaginación es ‘inconfinable’; no se puede cortar. No es limitada a un espacio o a un tiempo definidos, pues la imaginación puede volar lejos, tanto en el espacio como en el tiempo”, señala durante la entrevista. Sobre la utilidad de la imaginación después de la pandemia, el autor sostiene que seguirá desempeñando el rol de siempre en cuanto a motor de la creatividad, “inventando y proyectando nuevos escenarios que no sean tan catastróficos como los que se transmiten en los informativos”, aclara. “En estos tiempos de necesidad, la imaginación es más importante que nunca, también para desactivar ciertos deseos caprichosos que tenemos en esta sociedad de consumo y darnos cuenta de lo importante”, manifiesta.

Vienen tiempos de incertidumbre. Quizá ya estemos inmersos allí, y la falta de certezas nos ahogue. Sin embargo, la salida es la que siempre ha estado ahí: la proyección de nuevos mundos mediante la imaginación, así como la recuperación de la sensibilidad y la humanidad perdidas. Porque, como señala Arnau en su obra, “el destino del mundo dependerá de cómo seamos capaces de imaginarlo y, a partir de ahí, de crearlo”.

 

Alicia Sánchez (@aliciasromero_) es licenciada de Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad de Sevilla, sus intereses incluyen la literatura y el cine. Trabaja en la agencia Europa Press.

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