Wislawa Szymborska: poética contra la destrucción
Preciosa edición de Pre-Textos (España, 2015), cargada de numerosos retratos y otros materiales gráficos: circula el minucioso estudio biográfico que Anna Bikont y Joanna Szczesna hicieron de la poeta Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura 1996
Nada ocurre en vano. Hasta las rutinas y los pequeños eventos se asocian para dar forma a la existencia. Las cosas llegan para quedarse, seamos o no conscientes de ello: la vida se construye con las capas de aquello que se repite; la irrupción de imprevistos no deja nunca de rebotar en nuestra memoria; todo cuanto nos ocurre puede encontrar un lugar, impertinente o armónico, en lo que llamamos la experiencia de vivir. Bajo esa experiencia del vivir moroso, y de unos instantes “a los que se implora para que no terminen”, se configuró la vida de Wislawa Szymborska.
Como cualquier vida, también la suya fue peculiar. Una vida corriente en esa nación de avatares que fue Polonia a lo largo del siglo XX. Debo corregir: una existencia que, bajo la apariencia de lo común, se entregó a los resquicios, a los pliegues y repliegues, a la meditación y trabajo de la poesía. El abultado mérito de las autoras, coautoras de “La avalancha y las piedras. Los escritores frente al comunismo”, radica en la múltiple conexión, tarea capilar, que hacen entre la poesía y la biografía de Szymborska.
Trastos, recuerdos. Una biografía de Wislawa Szymborska tiene algo de voluntarioso perfeccionismo. Ante la resistencia de la poeta a ser biografiada (“Confesarse públicamente es como perder tu propia alma”), además de la investigación que es propia del género (entrevistar a decenas de amigos y conocidos, revisar documentos, ir a los que fueron lugares de la poeta, conversar con ella para que finalmente aceptase colaborar), las autoras auscultan el cuerpo poético creado por Szymborska, en cada señal. Esos datos, esas posibles pistas, en raras ocasiones son evidentes. Las más de las veces sugieren, ocultan, desaparecen detrás del ruido del mundo.
Inofensiva elegancia
Fue una mujer de bondadosa belleza. Su sonrisa parecía decir: lo peor ha pasado ya. El despliegue fotográfico de la edición muestra que se dejó retratar a todo lo largo de su vida. Quizás lo disfrutara. Pero no hay exhibicionismo, ni posturas forzadas. Hay un estar entera, un aquí-estoy-y-no-más. Permitía que la retrataran pero no hablaba de sí misma. Como si le dijera al mundo: estoy en las variaciones de este rostro y en los hilos de cada uno de mis versos.
Casi veinte años de diferencia había entre el padre y la madre de la poeta. Wincenty era un respetado administrador, apasionado de la política, antisemita, hombre honorable que vivió de prestar sus servicios a la aristocracia. La madre se desempeñaba como oficinista. Nació el 2 de julio de 1923 con el nombre de Maria Wislawa Anna. Tenía una hermana mayor. Gozaba de ciertos privilegios: nació en una familia ilustrada, tuvo niñera, vivía en una casa rodeada de árboles, hizo su primer curso escolar en casa. Tenía 8 o 9 años cuando Wincenty le propuso un trato: le daría unas monedas por cada poema que escribiera, siempre que fuese alegre. El padre le leía cuentos, le mostraba mapas, paseaba con ella y contestaba a sus preguntas. Tenía 13 años cuando su padre falleció súbitamente de un infarto. En adelante, las cosas no serían tan benévolas como hasta entonces.
Leía. Asistía a sesiones de cine. Paseaba con las amigas. Su elegancia parecía congénita. En 1935 ingresó en un instituto regentado por ursulinas. Ese vínculo diario con la religión no le impidió formular sus dudas y, con el tiempo, elaborar una “ética laica” de amor por las personas y por la naturaleza. Cuando llegó la guerra la escuela no pudo seguir funcionando. Con la hermana y la madre procuraban mantenerse a flote: vendían tortas, pero también muebles, cuadros y otros enseres. En 1943 ingresó a trabajar como oficinista de la empresa de ferrocarriles. Se hace habitual de los grupos culturales: entonces ya no se conforma con escribir cancioncillas: la poesía ha ingresado en su radar. En enero de 1945 asiste un recital en el que, entre otros, participó Czeslaw Milosz y donde un actor leyó poemas de Stanislaw Jerzy Lec. En marzo, en “Lucha”, suplemento semanal de un diario recién creado, Szymborska publicó por primera vez un poema. Adam Wlodek, que sería su primer esposo, aglutinaba a su alrededor a los jóvenes poetas. Iban de una revista a otra. En “El faro de Cracovia” aparecieron sus primeras reseñas teatrales: se desempeñaba como secretaria de redacción. Dicen las autoras que ya entonces puede percibirse la tonalidad que es el sello de sus reseñas de libros (publicados con el título de Lecturas no obligatorias).
Después de la guerra.
Finalizada la guerra, Wislawa Szymborska estudia un curso de filología. Dos de sociología: “no acabé la carrera (…..) la sociología se volvió mortalmente aburrida, pues todo lo tenía que explicar el marxismo”. En 1948 se casó y se mudó a la habitación en que vivía Wlodec. Presionada, en 1950 se afilió al Partido Comunista. En 1951 nació en Cracovia una revista, donde ella desempeñaba pequeños trabajos. “El tema de la Unión Soviética como Estado amante de la paz, así como el de los criminales e instigadores del mundo capitalista, también aparecía en los poemas de Szymborska de aquella época”. Su primer libro, Por eso vivimos, apareció en 1952, lo que le dio carnet de ciudadanía: ingresó en la Unión de Escritores Polacos. Ese mismo año, un viejo y respetado escritor le preguntó: ¿Está segura de hallarse del lado correcto? Allí quedaron sembradas las dudas. En 1954 fue reconocida con el Premio Literario de Cracovia. Un crítico escribió: “Nunca llegó a ser la poeta abanderada porque era demasiado buena”.
La pareja llevaba una vida precaria. Su habitación era el lugar en que artistas, escritores y gente del teatro se reunía a diario. Más adelante se mudaron a un lugar que tenía dos habitaciones. Interpretaban divertimentos y pedazos de obras teatrales. En la ahora mítica casa de la calle Krupnicza, la inteligencia conversaba, soñaba, debatía. Szymborska evitaba las discusiones políticas, pero no perdía la ocasión de participar en las actividades lúdicas. Entre ellas, la de componer unos poemas llamados ‘liméricos’, jugarretas que respondían a la estructura de AABBA: la poeta se convirtió en una maestra de este género de improvisación. En 1953 Szymborska formó parte de un grupo que firmó un manifiesto en contra de un juicio-farsa. En 1954 se divorció, pero su amistad con Wlodec no acabaría nunca. Muy pronto le pesaría su ilusión comunista que lastra sus primeros dos libros: “Pertenecí a una generación que creía. Yo creía. Y cuando dejé de creer, dejé de escribir poemas de esa clase”. En el año 1956 abandonó el Partido Comunista. En 1957 escribió versos en los que se increpaba a sí misma.
La editora, la poeta
Desde 1952 y por quince años trabajó en “Zycie Literackie”. Este capítulo, más que laboral, podría mostrar nuevas dimensiones de la relación de la poeta con la literatura, con sus colegas, así como con la tarea de comentar los libros escritos por otros. Hay toda una cuestión estética en juego: no le gustaba lo recargado. La prosa limpia era la expresión estilística de su deseo de leer y comentar los libros con buena voluntad y equilibrio.
Tenía 40 años cuando se mudó a un mínimo apartamento en un quinto piso. En esos años Szymborska puso en marcha una curiosa práctica que ya no le abandonaría: creaba postales que portaban imágenes y frases cortas de tono alegórico y humorístico. En cierto modo esas postales la reflejaban (en el libro se reproducen decenas de ellas): era un gesto de sociabilidad que tenía algo enigmático.
En 1966, una vez que devolvió el carnet al partido, debió dejar su trabajo. En lo sucesivo sería la autora de las entregas semanales de “Lecturas no obligatorias”. Cuando tuvo ocasión, viajaba. Abundan las anécdotas de estos viajes (“En un viaje lo único indispensable es el billete de vuelta”). Sus libros crecían, también su popularidad. En algunos de estos recorridos fue sorprendida por el entusiasmo con que era recibida: auditorios a reventar, jóvenes que recitaban sus poemas de memoria.
Cada poema suyo alcanza un estatuto de perfección. Szymborska fue incansable a la hora de concebir, darle vueltas, corregirlos de modo obsesivo. Cada uno cuenta una historia, un acontecimiento, un instante que ella deseó retener en el tiempo. Amaba los pequeños eventos que pueblan sus poemas. Ante la destrucción de la que fue testigo, escribía poemas alegres y esperanzadores. “El hombre no se compone solo de desesperación”, sostenía. Su razonabilidad, su refinado sentido del humor, su elegante contención, están presentes en todos sus libros.
Apogeo y final
Hacia 1969, el poeta y dramaturgo Kornel Filipowicz entra en la vida de Szymborska. Era cultor de la amistad y de una incitante combinación de seriedad y humor. Ella escribía y sorteaba el empeño de los servicios secretos por bloquearla (cuando apareció Solidaridad, no se afilió: continuó preservándose de los hábitos grupales). En 1981 ambos formaron parte de la revista Pismo. En 1982, tras el decreto de Ley Marcial, dejó de publicar en los medios oficiales. En 1984 tiene lugar una experiencia excepcional: la creación de la revista hablada NaGlos. Puesto que no había cómo imprimir, los colaboradores preparaban sus materiales y se reunían para leerlos a un público que, en ocasiones, desbordaba la sala. En varias, Szymborska leyó poemas suyos. Se realizaron un total de 25 de estas sesiones. En 1987, cuando el Ministerio de Cultura le concedió un premio de poesía, lo rechazó. En febrero de 1990 Filipowicz falleció, luego de 23 años juntos.
Desde mediados de los años ochenta, sus libros habían comenzado a traducirse (de hecho, en 1964 Anna Ajmátova tradujo unos poemas de Szymborska al ruso). La vida, con sus dificultades corrientes, seguía. La poeta escribía, insistía en oponer el optimismo a la destrucción. Los premios se sucedían: el Kallenbach, el Goethe, el Herder, el del PEN Club de Polonia. El 3 de octubre de 1996, mientras permanecía en una casa de reposo, recibió la llamada de un empleado de la Academia Sueca que le informó que le había sido otorgado el Premio Nobel de Literatura.
Cuando se produjo el fallecimiento del poeta Zbigniew Herbert en 1998 (ella insistía en que él era el verdadero merecedor del Nobel), Szymborska viajó al entierro durante horas en un taxi, junto a Czeslaw Milosz. En aquellos años ambos leyeron poemas juntos ante públicos cautivados. Después del Nobel, hasta su muerte quince años después, Szymborska publicó todavía tres libros más. El 1 de febrero de 2012 murió mientras dormía.
Nelson Rivera (@nelsonriverap) es ensayista, gestor cultural y director de “Papel Literario”, el suplemento cultural del periódico venezolano El Nacional