Peter Brook escribe de la misericordia de Shakespeare

El nombre de Peter Brook (1925), al menos desde mediados del siglo XX y hasta nuestros días, es indisociable al de William Shakespeare. Director teatral que ha expandido las fronteras de lo teatral, guionista excepcional, director de cine y televisión, autor de varios libros (uno de ellos, el notable e influyente “El espacio vacío”), creador del Centro Internacional de Creaciones Teatrales en el Théatre des Bouffes de Nord y, no menos relevante que todo lo anterior, director de casi veinte espectáculos a partir de textos de Shakespeare, entre ellos, su mítico Sueño de una noche de verano, cuya primera puesta en escena tuvo lugar en 1970.

Brook, inglés descendiente de judíos rusos, se expresa con sosiego: próximo ya a cumplir sus noventa años, en el 2013 escribió estas memorias: La calidad de la misericordia. Reflexiones sobre Shakespeare (Ediciones La Pajarita de Papel, España, 2014). Son los recuerdos y conclusiones al final del camino: quién sabe, me pregunto, si es desde las postrimerías, el mejor tiempo para pensar en el inglés excepcional que abordó “todas las facetas de la existencia humana”.

Tesis vital de Brook: Shakespeare no será nunca un contenido del pasado. Puede ser reinventado siempre. Nada en él se vuelve obsoleto. No es en análisis de los textos donde encontraremos su poderío. El lugar para inventarlo es la sala de teatro. La vida del texto teatral arranca y culmina durante la representación. “Ninguna forma ni interpretación es para siempre. Una forma tiene que quedar fijada durante un corto espacio de tiempo, luego debe desaparecer”.

La suya fue una mente en movimiento. No paraba nunca. Escribía a gran velocidad. No existe ningún documento o testimonio que sugiera que revisara o volviera a lo escrito. Brook sostiene que Shakespeare debe ser afrontado con un “método sin método”, con el que revelar, no tanto la idea como la historia que ilumine la condición humana.

No juzgaba. “Todo cuanto sabemos indica que Shakespeare era un hombre muy modesto. No utiliza a sus personajes para enunciar sus pensamientos, sus ideas. Nunca impone su mundo al mundo que deja aparecer. Ibsen no dudó en exponer lo que sentía sobre la sociedad en la que vivió. Brecht escribía para demostrar lo que iba mal en el mundo y cómo debía cambiarse”.

Los recuerdos van desde que montase El rey Juan en 1945, hasta La tragedia de Hamlet en 2002: más de medio siglo de experimentación y, de modo simultáneo, de aprender a reconocer que el público es, en lo primordial, una entidad cuyos límites cambian en el tiempo. Al director teatral corresponde resolver: encontrar las claves, desarrollar las metáforas escénicas, darle forma a las personas que subyacen en cada personaje: en otras palabras, hacer posible que todo encaje.

 

Nelson Rivera (@nelsonriverap) es ensayista, gestor cultural y director de “Papel Literario”, el suplemento cultural del periódico venezolano El Nacional

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