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Paul Auster: el azar como virtud literaria

Cuando Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) se casó con la escritora Siri Husvedt, un estruendo le hizo revivir el momento de su infancia en el que un rayo cayó sobre una rama de un árbol y mató su amigo. El poeta, narrador y guionista ha elevado la contingencia hacia su máxima expresión a lo largo de toda su obra. Lo que sucede de forma inesperada, lo que no ocurre cuando habría de suceder y otras circunstancias derivadas del azar forman parte de sus narraciones desde sus primeras piezas en prosa. Auster supo que quería ser escritor desde que leyó, con quince años, Crimen y castigo, la obra colosal de Fiodor Dostoievsky, aunque sus primeros relatos de ficción no llegaron hasta que rebasó la treintena.

Para el escritor afincado en Brooklyn, uno de los días más importantes de su vida fue cuando terminó su primer texto en prosa. Lo escribió durante una noche de fuerte nevada y terminó exhausto. A la mañana siguiente murió su padre. A él va dedicado su primer libro, La invención de la soledad, un relato autobiográfico donde dialoga con la figura que aún sigue teniendo una especial importancia en su vida y en su obra. No es la única vez que Paul Auster ha rescatado experiencias personales para su narrativa. Diario de invierno, uno de sus volúmenes más celebrados por la crítica literaria, es un texto memorialístico que remite a la infancia y a los aspectos más íntimos de su personalidad.

Un nuevo libro publicado por la editorial Seix Barral en la biblioteca dedicada al escritor que antes publicaba en Anagrama convierte a Auster en el personaje de su propia literatura. Se trata de Una vida en palabras, una colección de entrevistas que se lee como un extenso diálogo entre él y la profesora danesa I. B. Siegumfeldt acerca de su vida profesional. En las más de cuatrocientas páginas de este volúmen se toma en cuenta la intersección entre la vida real y las construcciones ficticias de este autor fundamental.

 

Vida en obras.

Más allá de Informe del interior y A salto de mata; crónica de un fracaso precoz, sus otros dos libros autobiográficos, el éxito de Auster procede de sus novelas de ficción. Después de la publicación de Jugada de presión, una obra que pasó desapercibida ante la comunidad literaria, La trilogía de Nueva York se convirtió en un fenómeno de masas que lanzó al novelista al estrellato que a día de hoy mantiene. Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada son las tres novelas que componen la serie, una suerte de género negro con escritores como personajes protagonistas.

Libros posteriores como El palacio de la luna o El libro de las ilusiones dieron cuenta de la madurez literaria de un autor consagrado. Con un estilo sencillo aunque enmarcado a menudo en una compleja arquitectura narrativa, Auster se ha convertido en uno de los escritores contemporáneos más influyentes. Siempre en las quinielas del Nobel de Literatura, su atrevimiento formal conquista a los más exigentes y sus tramas argumentales que profundizan en el desarraigo, la ausencia y la identidad convierten su narrativa en un espacio asequible a prácticamente todos los públicos. Así se ha convertido en una celebridad más allá el ámbito literario.

Con frecuencia, el novelista de origen judío ha reconocido que en su casa nadie leía. Se sobrepuso a un entorno que no parecía ir ligado a la literatura. Su infancia, en la que defendió a golpes su herencia, está presente en toda su obra, ya sea incluida en los volúmenes autobiográficos mencionados o camuflada a través de personajes y situaciones reales o imaginarias. Este tipo de artificios metaficcionales son una seña de identidad de su escritura, además de un recurso permanente. Incluso el propio autor reivindica la apropiación de experiencias personales para ser incluidas en piezas de ficción.

 

De lo banal a lo sublime.

Siempre ambicioso en sus propuestas, Auster es capaz de transformar los sucesos más banales en los acontecimientos más extraordinarios. Por ejemplo, en Ciudad de cristal una llamada equivocada de alguien que preguntaba por un detective se convirtió en una novela de espías cuando, al colgar, Auster pensó en qué habría ocurrido si se hubiera hecho pasar por aquel tipo. Su imaginación fulgurante explica que a menudo sea comparado con autores como Thomas Pynchon o John Barth, aunque él reconoce que sus primeras influencias beben de la obra de Franz Kakfa o Samuel Beckett.

Su estilo tiene, en cualquier caso, una vocación experimental. Ya sea un texto que narra experiencias personales o un relato de ficción, Auster destaca por ser un autor arriesgado en sus planteamientos. Presenta en cada una de sus propuestas un imaginario sobrecogedor que se complementa con su actitud renovadora de las estructuras narrativas. Su última novela, cuyo protagonista es un niño que nació en el mismo año y en el mismo lugar que su autor, es la historia de una vida contada desde cuatro perspectivas diferentes. 4 3 2 1 dispone cuatro historias que representan cuatro alternativas argumentales. Es la última gran peripecia de un escritor que no se conformó sólo con ser escritor.

Su pasión por el cine lo llevó a la escritura de guiones de películas como La música del azar, basada en la novela homónima que él mismo escribió; Smoke o El centro del mundo, en la que compartió autoría. También ejerció de director en las películas Blue in the face, Lulu on the bridge y La vida interior de Martin Frost. Sin alejarse del ámbito audiovisual, llevó a cabo el proyecto Creía que mi padre era Dios, una recopilación de testimonios, expuestos en forma de relato, de personas que llamaban al programa de radio en el que participaba. El nombre de la obra se debe a un caso en el que un hombre desea la muerte a otro e inmediatamente sufre un infarto que acaba con su vida.

No sería justo referirse a la figura de Auster sin mencionar la poesía de sus inicios, por más que su éxito proceda de la narrativa. El poeta Jordi Doce es traductor de toda su obra, compilada en un volumen publicado por Seix Barral en 2012. “Es probable que sea lo mejor que he escrito”, aseguró en una ocasión el propio Auster, heredero de la poesía contemporánea francesa encarnada en nombres como Jacques Dupin, Edmond Jabés o Paul Celan. Sus poemas discurren en torno a una corriente existencialista expresada a través de un estilo sereno, sencillo, que hace honor a la forma de sus versos, de carácter escueto o minimalista.

Tras la publicación de 4 3 2 1, Paul Auster no dejó claro si podía ser su última novela. “Cada vez que termino un libro acabo exhausto y asqueado, incapaz de pensar con claridad sobre nada”, se lamentaba Auster hace casi una década en una entrevista publicada en El Cultural, aunque es una afirmación que repite con frecuencia. En cualquier caso, como dijo al recibir el Príncipe de Asturias de las Letras en 2006, “un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre inocentes”. Da igual que no escriba más. Su legado ya es eterno. Como su vida y su obra, una cuestión de azar.

 

Jaime Cedillo (@JaimeCedilloMar) es periodista, músico y poeta. Colabora con El Cultural, publicación del diario El Mundo y con otros medios de comunicación. Se graduó en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Rey Juan Carlos I y cursó el Máster de Crítica y Comunicación Cultural de la Universidad de Alcalá de Henares.

 

El retrato de Paul Auster que encabeza esta nota pertenece a Edu Bayer (cortesía Seix Barral) y la del interior del artículo, donde parece joven  fue tomada por Tine Harden.

 

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