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Karl Marx: 200 años y un legado siempre sospechoso

Cuando se cumplen dos siglos del nacimiento de Karl Marx (Alemania, 1818-1883), su pensamiento sigue siendo objeto de estudio pero sobre todo de debate. La importancia de su figura no radica tanto en el contenido de su obra, sino en la interpretación que se hizo de ella tras su muerte. Las atrocidades que se cometieron en su nombre durante los primeros años del siglo XX perseguirán siempre su memoria, aunque no resulta creíble que él hubiera sido condescendiente con semejante barbarie. Teniendo en cuenta la repercusión que tuvo su pensamiento, los filósofos de hoy se preguntan, tras el fin de los grandes regímenes comunistas, sobre la vigencia de su ideología, el comunismo heredado de Hegel en una versión de materialismo didáctico, y sobre su utilidad.

Heredero de las influencias ideológicas de la reciente Revolución francesa y del pensamiento de Hegel —“El hombre no es un producto de la historia; el hombre transforma la historia”—, Karl Marx propuso la lucha de clases como el motor último del cambio. El proletariado, preso de un sistema capitalista que tenía, según escribió, los días contados, debía dar un paso al frente y hacerse con los sistemas de producción que la Revolución Industrial dejaría como legado. No obstante, antes de que el proletariado se convirtiera en una clase social potente y tomara conciencia de su misión revolucionaria, era necesario que el capitalismo completara el proceso de modernización. Así se dispararía la producción industrial y sobrevivirían sólo dos clases sociales en grupos enfrentados: la burguesía y el proletariado. Estas teorías tomaron forma en la primera publicación del Manifiesto comunista en 1848.

Huelga decir que el pensamiento de Marx tuvo predicciones que no se cumplieron. Por ejemplo, el capitalismo no llegó a su fin, como él habría anunciado, pero sí es cierto que él se convirtió en el verdadero teórico de este sistema. Según el filósofo Manuel Cruz, “el marxismo no es ciencia en sentido estricto”, por tanto no puede distinguirse exactamente del concepto filosófico de su obra, sino que pertenecen al mismo universo. Marx propone que “el conocimiento filosófico debe avanzar y situarse en niveles superiores que permitan mayor alcance y objetividad”. Así, consideraba que todos los países debían someterse a la dictadura del proletariado. En El Capital, publicado en 1867, expresa un profundo desprecio por las “anticuadas formas de producción”, a las que consideraba un síntoma de despotismo. O sea, siempre manifestó un sentimiento a favor del progreso, en favor de la idea de revolución.

Marx vivió una época de revoluciones donde el objetivo común era la destrucción de los pilares del viejo orden aristocrático. Por ende, su pensamiento, la idea del marxismo tal y como es concebida, no es más que una designación contemporánea de una quimera histórica: acabar con la ausencia de libertad a través de la destrucción de los mecanismos del poder. Isaiah Berlin, un historiador de gran reputación y gran experto sobre su obra, dijo del marxismo que “era un sistema intelectual cerrado y todo lo que entraba en él se amoldaba a la fuerza de un patrón fijado”. En cambio, otros estudiosos sobre su obra como Manuel Cruz, que distinguía los conceptos de marxiano y marxista en la obra del alemán —el primero referido a todo el pensamiento que dejó escrito y el segundo a la interpretación que se hizo posteriormente—, consideran que la evolución del pensamiento de Marx respondía también a la improvisación, pues sus posicionamientos se desplazaron en función de los devenires de la historia.

El propio Marx, cuando funda la Primera Internacional en 1864, comienza a colaborar activamente con la Asociación Internacional de Trabajadores, pero ya no se habla de revolución estrictamente, sino que cobra más fuerza la necesidad de mejora de las condiciones de los trabajadores. Para entonces, Marx estaba mucho más cerca de la socialdemocracia que tendría lugar durante el siglo XX que del comunismo clásico de Hegel. Así, “el hundimiento del imperio soviético no puede ser interpretado en términos de una refutación del contenido científico de la obra marxiana”, dice Cruz, que de alguna manera exime a Marx de la “culpa” que en alguna ocasión se le ha atribuido.

La interpretación de un pensamiento no puede responsabilizar al autor del fracaso de un sistema que toma sus teorías. En este sentido se expresa Gareth Stedman Jones, que ha publicado recientemente una biografía muy celebrada del filósofo alemán: Karl Marx, ilusión y grandeza. “Hasta hace una generación los especialistas aún se cuestionaban si Marx tuvo alguna responsabilidad en los crímenes de Stalin posteriores”, dice. Stedman Jones ha desempeñado una gran labor en este libro para separar a Karl Marx y su ideología del prototipo que se creó sobre en el siglo XX. Y asegura que las ideologías que se apropiaron de la doctrina marxista resultaron ser más arbitrarias y ortodoxas que el pensamiento del propio Marx. Con todo, “Marx estaba decidido a dejar su impronta en la historia”, dice, y lo define como a “un patriarca legislador intimidante, un pensador de despiadada coherencia con una visión asombrosa del futuro”.

Por último, es imprescindible mencionar a Friedrich Engels (1820-1895) a la hora de hablar de Karl Marx. Su amigo íntimo dijo de él que “al igual que Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana”. Fue responsable con mayúsculas de la repercusión que tuvo el marxismo en el siglo XX, pues no dejó de extender su pensamiento tras su muerte. En cualquier caso, la obra de Marx es uno de los pilares del pensamiento en el siglo XX y su impronta en los regímenes comunistas de la URSS, China, Vietnam o Cuba ha sido fundamental para que la sombra de su figura sea más alargada. Denostado por unos y alabado por otros, lo cierto es que la ideología del filósofo alemán ha sido una referencia en multitud de generaciones posteriores.

 

Jaime Cedillo (@JaimeCedilloMar) es periodista, músico y poeta. Colabora con El Cultural, publicación del diario El Mundo y con otros medios de comunicación. Se graduó en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Rey Juan Carlos I y cursó el Máster de Crítica y Comunicación Cultural de la Universidad de Alcalá de Henares

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