K2. Enterrados en el cielo reconstruye una expedición a la punta de una montaña de 8.611 metros

“Una vez que el alma se hiela, uno es capaz de cualquier cosa”

Antón Chéjov

Celebramos ciertos libros desde la ignorancia. Desprovistos de las nociones básicas de alguna materia, materias por lo general ajenas a nuestro estilo de vida, azuzados por un impulso incomprensible, los compramos y leemos. Cuando ello ocurre, cada avance nos resulta abundante. Y heme aquí comentando un libro de montañismo, que ha canibalizado mi conversación de estos días: K2. Enterrados en el cielo. El día más mortífero en la montaña más peligrosa del mundo (Capitán Swing Libros, España, 2015).

Se reconstruyen los hechos ocurridos en agosto del 2008, en la montaña conocida como el K2, que forma parte de la Cordillera del Karakórum, rama del Himalaya, en una región donde Pakistán, Cachemira, India y China, tienen parte de sus fronteras. Le llaman la montaña salvaje. Se la tiene como la más riesgosa de las “ochomiles”. A ella solo se puede acceder en verano. Después del Everest, es la segunda montaña más alta de la tierra: 8 mil 611 metros. Los expertos repiten que, junto a la llamada Annapurna, es la más peligrosa de escalar. La K2 mata: uno de cada cuatro escaladores muere en el intento. La montaña parece odiar a sus visitantes.

Amanda Padoan es alpinista y Peter Zuckerman, escritor. Juntos emprendieron la ancha y larga investigación que recoge el libro: tiene mucho de historia de los ascensos a las montañas del Himalaya; la recapitulación de algunas proezas; lo que escalar y alcanzar la cumbre significa para los montañistas; las historias de vida de los habitantes de aquellas regiones, que conocemos como sherpas, quienes arriesgan sus vidas a cambio de los dólares que les pagan los que aspiran a la gloria que otorga pararse en el punto más alto. No es un juego de palabras: Padoan&Zuckerman, antes de narrarnos las etapas de preparación, ascenso y descenso de aquella expedición trágica, nos habilitan para comprender lo que vendrá.

No me detendré a reproducir aquí las complejas incidencias humanas, culturales (Babel a más de 8 mil metros de altura) y climáticas, cuyo fatídico resultado fue la muerte de 11 escaladores. Muerte, pero también el heroísmo silencioso y descomunal de dos sherpas, Chhiring Dorje y Pasang Lama, que lograron sobrevivir. Solo debo anotar que la reconstrucción escrita de Padoan y Zuckerman pone al lector en vilo, y que la historia que se cuenta tiene los ingredientes necesarios para fidelizarnos de la primera a la última página. Mi asunto es la otra corriente por la que transita el libro: la pregunta de por qué unos pocos hombres y mujeres del mundo se proponen la meta de escalar unas montañas por arriba de los 7 mil u 8 mil metros, en las que es casi imposible respirar, donde el clima puede superar en cualquier momento todas las previsiones posibles, y donde existe una alta probabilidad de perder la vida.

No podría decir que “K2. Enterrados en el cielo”, devele el enigma del montañismo extremo. Porque hay en esto una paradoja nunca resuelta: son personas que se preparan por años y años para sus expediciones. Física y mentalmente. Pero a medida que ascienden, la hipoxia actúa en contra de la lucidez y las respuestas corporales. Cuando se llega a la ‘zona de la muerte’, el trecho previo a la cumbre, no hay garantías de que el instinto de la vida o la intuición funcionen.

Lo que tensa la cuerda de esos escaladores, se refiere al carácter de la condición humana en situaciones límite: ¿Qué queda de la responsabilidad, continúas siendo un sujeto ético, cuando tu cerebro recibe una cuarta parte del oxígeno necesario para pensar? ¿Qué clase de experiencia tiene lugar cuando ocurre la congelación de las córneas o de la lengua solo por intentar una palabra de auxilio? ¿Es reprensible que un hombre que lucha por salvar su vida no se detenga en medio de una avalancha, a salvar la vida de otro que parece todavía más cerca de la muerte? ¿Qué clase de relato es el de un hombre que ha ascendido y ha regresado, cuando es probable que, si no ha hecho uso de botellas de oxígeno, haya sufrido alucinaciones? ¿Cómo es posible que hace ya algunas décadas, sin computadoras que adelanten reportes del clima por venir, sin teléfonos satelitales, sin los nuevos materiales e instrumentos que existen ahora, hayan existido unos empecinados que hayan alcanzado tales alturas?

¿Qué clase de experiencia tiene lugar cuando ocurre la congelación de las córneas o de la lengua solo por intentar una palabra de auxilio? ¿Es reprensible que un hombre que lucha por salvar su vida no se detenga en medio de una avalancha, a salvar la vida de otro que parece todavía más cerca de la muerte?

En su rumor más profundo, este libro trata de las ambiciones y de las necesidades. Necesidades: las de unos hombres pobrísimos y supersticiosos, que hablan lenguas casi extintas, y que por miles de años han vivido en las laderas y en los bajos de esas enormes montañas (en el libro se cuenta que la K2 sigue creciendo). Ambiciones, de unas personas que desafían a sus cuerpos, a la naturaleza, a la lógica básica de la relación entre hombre y ambiente. Entre estos dos extremos, los porteadores de vida miserable y los deportistas patrocinados por unas marcas, las capas de un mundo de códigos, tecnologías, materiales, rutas, meteorólogos, temporadas, rituales, grietas culturales, enfermedades únicas y metas que superponen unas a las otras, a menudo en una región limítrofe donde el coraje es vecino de la estupidez, donde hasta los hombres más curtidos, en el momento más inesperados, desconocen la premisa esencial del montañismo, la hora preestablecida de regresar y comenzar el descenso, y siguen su ascenso, sin saber si los llevará a ‘hacer cumbre’ o a convertirse en un cadáver más de innumerables que guardan las nieves del Himalaya.

Nelson Rivera (@nelsonriverap) es ensayista, gestor cultural y director de “Papel Literario”, el suplemento cultural del periódico venezolano El Nacional

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