Luz de juventud, de Ralf Rothmann: grácil envoltura para la brillantez

Luz de juventud subraya la elección del autor germano Ralf Rothmann (1953) en redescubrirnos como lectores inteligentes y sensibles ante el texto literario. Es un gozo anunciado sumergirnos en su valerosa escritura.

La apreciación literaria de esta obra, editada por Libros del Asteroide y traducida por Marina Bornas, se aposenta en la certidumbre y fe que la visión infantil atesora para el lector. Julian tiene doce años. Son los años sesenta, acaba de finalizar el curso escolar y se enfrenta a un largo estío sin perspectivas vacacionales. Es hijo de un minero, supervisor de pozos, en la cuenca del Ruhr, en el estado alemán de Renania del Norte-Westfalia, también llamado popularmente Pott. Su padre, Walter Collien, perteneció a la Waffen-SS, una unidad de protección del Partido Nazi que, durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en una fuerza de combate. Ahora Walter recorre las galerías y soporta los sinsabores del trabajo duro, terciado de oscuros presagios que tiznan como el propio carbón del yacimiento. Mientras tanto, a Liesel, la madre de Julian, la sobrepasa la falta de estímulo emocional, de recursos económicos limitados y está perturbada por la presión de un ámbito doméstico rutinario. La hermana menor de Julian, Sophie, concentra el eslabón de la ternura en el abatido equilibrio familiar. Y su vecina Marusha con tan solo quince años, delimita para Julian el paso a la adultez. Él es un ferviente apasionado del misterio que encierra la joven y el halo libidinoso que rezuma en la oportunidad que se le presenta en cada encuentro.

“El mundo es siempre igual. Así que quédate donde estás, y cuando se avecine tormenta, piensa: ‘Pasará. Incluso las peores cosas acaban pasando’”

El magnetismo de las imágenes en la novela seduce por la precisión y transparencia con que son inscritas en el panorama de la sociedad germana de los años sesenta. La reciedumbre de la narración se sustancia en la resolución ingenua del niño que empieza a ser adolescente. A caballo entre el onírico mundo concebido como juego y diversión y la complejidad adulta de la ambigüedad y la supervivencia, la novela evoca la disposición anímica de sus personajes, en permanente tensión vital. En la aparente cotidianidad, el cúmulo de experiencias se yergue desde la voz del niño que las describe. Conforme la historia avanza nos atrapa en ese pliegue del alma que sella los labios de la buena literatura y nos invita al silencio. Ese silencio en el que desemboca la soledad placentera que nos brinda su lectura. Expectantes asistimos a una crónica extrañamente mágica, de sabor y textura agraz, definitoria de un encuadre social y forma de vida donde las relaciones humanas sin dejar de ser complejas, se manifiestan en blanco y negro. Es decir, los contrastes son remarcados por el sobrevuelo de la autenticidad. La capacidad narrativa de su autor es un gran ojo que no parpadea. Mantiene portentosa observación en los pequeños detalles, que minuciosamente incardina y sustancia en la relevancia de un todo que recoge ese sentir ajeno y propio a todo ser humano: la biografía de los desafectos.

Luz de juventud, un conjunto de gente.

La gavilla de personajes que completan este universo minero, son rostros con nombre propio, que aún siendo secundarios aportan la verdad de su tiempo. La elección del recurso de marcas comerciales, periódicos, programas de televisión de la época como objeto natural de uso, ocio o diversión, nos lo hace familiar y efímero como los recuerdos. Entre ellos destacan el anciano Pomrehn. Exiliado voluntariamente de la sociedad, malvive en una antigua casa de campo a la que acceden los niños libremente y se halla próximo a lo que Julian llama el club de animales y que junto a otros niños —el Gordo y los hermanos Maronde, Karl y Franz— mantiene como escondrijo y lugar de esparcimiento secreto. La muerte de su esposa le ha llevado al absoluto descuido y abandono. El terreno donde se asienta la urbanización minera era de su propiedad. Antes se dedicaba a tareas agrícolas y ganaderas, pero tuvo que venderlo para saldar las deudas bancarias y financiar su futura reconversión en zapatero; un fracaso. Conoce a Julian por su sobrenombre de rebelde y bravo guerrero indio de la tribu de los Pies Negros, Tecumseh. Él se autodenomina como el viejo Gerónimo. Ante la desesperación del primero por ciertos aspectos escabrosos, el anciano, con sumo afecto y sólida convicción, reflexiona sobre la libertad a pesar de las circunstancias adversas que antes, de manera más sutil, le reconociera también su propio padre: “no hay huida posible. Dondequiera que vayas, seguirás estando en el mundo, joven. Y el mundo es siempre igual. Así que quédate donde estás, y cuando se avecine tormenta, piensa: ‘Pasará. Incluso las peores cosas acaban pasando’ (…) ¿Quién podría hacerte nada? El universo es perfecto, ¿sabes? No puedes quitarle ni añadirle nada. Estás muerto desde hace tiempo y vivirás para siempre. Y si has escogido ser libre, no puede pasarte nada. Jamás”. En el extremo opuesto el señor Gorny, casero de los Collien y padrastro de Marusha, simboliza la perversión y el horror en el encaje de la historia. Sosteniendo un duelo de suspense y contención donde el abuso y la coacción agigantan su sombra maléfica.

Ralf Rothmann, pasos contados en la niebla.

La elegancia del autor alemán concilia el decurso de los acontecimientos a los que alude y deja reposar como sirimiri sobre nuestros hombros. El hilo argumental se proyecta como expectativa conquistada. En ese regusto la jerarquía de su escritura deviene con resonancia mayor, de acento grave y significación profunda. El autor de Morir en primavera —publicada en esta misma editorial en el año 2016— destierra todo rasgo ampuloso u ornamental y concentra su oficio en la verosimilitud, pero ampliando su registro hacia un fondo que rozando el lirismo no se separa de su carácter narrativo de cálida absorción. En Luz de juventud, el concepto de contracampo cinematográfico entre la visión de Julian y los diálogos con el resto de los personajes, troquela las escenas hasta hacerlas elevar sobre el propio texto. El componente visual y psicológico teje una trama cuya función compositiva se trasmina de la ideológica. La interesante adaptación cinematográfica en el año 2016, tuvo la acertada dirección de Adolf Winkelmann. Mención biográfica no menor es el hecho que el padre de Rothmann fue minero en la misma la cuenca del Ruhr. Por consiguiente, la observancia sobre su esforzada labor, tiene connotaciones de enaltecimiento de la memoria paterna a través de los pasajes en los que esculpe la atmósfera claustrofóbica de soledad, la minuciosidad del trabajo de supervisión que realiza y la construcción de ese mundo invisible y desconocido donde los seres humanos arañan las entrañas de la tierra. La elección de una estrofa de la canción Here it is de Leonard Cohen como pórtico nos advierte de la lección de temperamento que nos espera en el camino literario y existencial que emprendemos con la lectura de esta obra, “Aquí está la noche, / la noche ha empezado; / y aquí está tu muerte /en el corazón de tu propio hijo”.

 

Pedro Luis Ibáñez Lérida pertenece a la Asociación Colegial de Escritores de España, sección Andalucía, así como a la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios.

 

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