El encantamiento de pertenecer: Nadie es más de aquí que tú, de Miranda July

La multifacética artista estadounidense Miranda July, quien además de escritora es actriz, músico y directora de cine independiente, nos trae un libro que agrupa un conjunto de historias bajo el lema Nadie es más de aquí que tú. Este título no coincide con el de ninguna de las historias en particular, pero sí que pareciera que es el mensaje que la autora quisiera susurrar a cada uno de sus protagonistas, parias simpáticos, para alentarles a seguir con sus vidas en las cuales el intento por pertenecer es una constante.

El maestro de la soledad y el sufrimiento, en relación con el afán de amar y ser amado —en una palabra: de pertenecer—, César Pavese, escribía sobre esta irrealidad producida entre los cuerpos que sufren enfrentados al mundo que les rodea. Aquí la cotidianidad se vuelve mágica, pero muchas veces esta magia va en consonancia con lo siniestro de una pérdida, ausencia o desencanto. Sensaciones todas que podemos encontrar en las historias de Miranda July. Dice el escritor italiano en su famoso diario El oficio de vivir: “el dolor hace vivir en una esfera encantada y ensoñada, donde las cosas cotidianas y triviales adquieren un relieve temible y thrilling [sobrecogedor], no siempre desagradable. Da conciencia de un alejamiento entre la realidad y el alma; nos hace remontarnos y nos deja entrever lo real, y nuestro cuerpo, como algo remoto y extraño a la vez. Y ésta es su eficacia educativa”.

De hecho, los puntos en común entre las historias de July tendrían la soledad y ese sufrimiento como telón de fondo: familias disfuncionales, relaciones vacías, rotas, o imaginarias, mundos mentales que chocan con la realidad y cierta sordidez para darle el punto negro a anécdotas que pareciera que fueran a ponerse a volar de un momento a otro y aletearnos en la cara, como mariposas de colores desorientadas. Si cogemos algunos hilos, por ejemplo, podemos encontrar que el disfraz y la actuación son mecanismos para evidenciar aún más esta soledad y subrayar la ruptura. Esto sucede en el caso de Algo que no necesita nada y Mon plaisir, por ejemplo. En la primera, el amor de dos jóvenes queda patente en su inviabilidad cuando es la peluca el único medio para poder llevarles al contacto físico, es decir, bajo el disfraz: no siendo ella misma es cuando la amada la toma como objeto sexual. En la segunda, Mon plaisir, la pareja que lo ha intentado todo por seguir juntos llega a la constatación de que pudieran ser felices siendo otras personas, cuando desarrollan una interpretación de extras en un restaurante y vuelven a sentir que se enamoran.

“Nos recordó nuestra desnudez, como si se tratase de la conquista de algo que flotaba en el aire”

Lo real y el cuerpo como algo remoto y extraño a la vez, dice Pavese. Y lo vemos reflejado en algunos episodios de estos relatos: dos mujeres se palpan, se comparan, se desvisten, tan sólo para notar que hay una existencia al otro lado del teléfono. Otras dos mujeres se dan un abrazo que es consciente de cada movimiento, y se opera con dificultad, pero se llega al alivio necesario. Todo el mecanismo con un claro constatar orgánico paso por paso. Un padre dibuja en la mano de su hija los movimientos que le ayudaron a dar placer a las mujeres de su vida, al no tener otro legado que dejarle. Dos hombres se funden en una corporalidad nueva, sollozante. Una mujer se duerme al hombro de un hombre que está teniendo un ataque de epilepsia, pero su contacto físico le hace imaginar un mundo.

 

Lo corpóreo.

“Dos mujeres, con mucha ternura, le secaban con unos pequeños toques el pecho a una tercera mujer a la que se le había derramado encima el ponche. Varias mujeres jóvenes se trenzaban el pelo las unas a las otras. (…) De repente, Sue salió del cuarto de baño desnuda, con la bata en la mano. (…) Todas las mujeres dejaron lo que tenían entre manos y se quedaron mudas. Ellen y yo nos lanzamos una mirada rápida. Nos recordó nuestra desnudez, como si se tratase de la conquista de algo que flotaba en el aire”, escribe en el relato “Diez verdades”.

Cada una de las historias se teje en torno al cuerpo, se labra con las manos, se insiste en el aliento y en lo que pasa en las mentes cuando el cuerpo va moviéndose. Todo este relato se enhebra con el contraste de una normalidad, que hace que el cuerpo choque a tierra: “Cuando nos despertamos, aún era de noche. Víctor alargó la mano por encima de mí y encendió la lámpara. Éramos dos hombres viejos. Todo parecía normal y corriente, incluso demasiado normal y corriente. Había una mosca en la habitación y zumbaba por allí de una manera que nos daba a entender que nada extraordinario había sucedido en aquel lugar”, escribe en el cuento “La hermana”

“Había una mosca en la habitación y zumbaba por allí de una manera que nos daba a entender que nada extraordinario había sucedido en aquel lugar”

Sus personajes se quedan desorientados, como en la historia de “Haciendo el amor en 2003”: “Me sentía como si estuviese engañando a los demás conductores, y lo único que quería hacer era confesarlo todo. Pero cuanto más conducía, mayor era mi impresión de que tenía un lugar adonde ir. Hacía complicados giros a la izquierda, algo que nadie hace a menos que no tenga más remedio”. Intentar pantomimas en las que uno actúa como los demás, sin que se note que no hay un rumbo es la única salida. “Había esperado convertirme en otro tipo de animal, un animal que pudiese ser parte del mundo”, escribe en “Fue un gesto romántico”. Seguir dando vueltas, intentando conexiones, seguir asistiendo a clases de costura, un cursillo para ser más románticas, de natación sin agua: los personajes de July lo intentan todo y son los nuevos Oblomov del siglo XXI.

 

 

María Elena Blay (@infausta_) es filóloga y doctora en Estudios Hispánicos Avanzados. Como poeta ha publicado dos poemarios con ojosonambulo (Lima) y con Biblioteca C y H (Barcelona). También se dedica a la crítica literaria en su canal de Youtube y en su blog www.infausta.blogspot.com

 

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