Dolores Reyes: Me interesa la sabiduría de la tierra

La protagonista de la primera novela de la argentina Dolores Reyes se mete tierra en la boca para tener visiones sobre los muertos que le permitan responder cómo y por qué dejaron este mundo. “La fuerza de la tierra que de devora es oscura y tiene el gusto del tronco de un árbol”, se lee en las primeras páginas del libro publicada en Argentina y España por Sigilo Editorial. El drama personal de la protagonista se mezcla con las tragedias familiares de sus “clientes” —que le piden que coma tierra para comunicarse con sus muertos—en un argumento construido desde el retrato de la pobreza y la brutalidad que encubre una cadena de violencia contra las mujeres, cuyo aspecto más visible es el feminicidio.

La idea para Cometierra se le ocurrió a Reyes durante un taller con Selva Almada, cuando un compañero leyó un texto que terminaba con la frase “tierra de cementerio”. Reyes tenía los ojos cerrados y en ese momento “vio” en su mente —según cuenta— a “Cometierra” así como la muestra en la novela: flaca, de pelo oscuro y “llovido”, sentada en el suelo de un cementerio, haciendo el gesto de estirar la mano para empezar a comer tierra. La imagen la impactó de tal manera que dejó los cuentos en los que trabajaba par a escribir la novela que le llevó cinco años terminar. “Durante mucho tiempo postergué la escritura porque me dediqué, como todas las mujeres, a la crianza de mis hijos”, explica la escritora nacida en Buenos Aires, en 1978, y madre de seis. “Fui, durante ese tiempo, una lectora voraz, pero me faltaba algo”, añade la interesda en las obras de Cesare Pavese, Juan José Saer, Antonio di Benedetto, Sara Gallardo, Libertad Demitrópulos, Leopoldo María Panero, Silvina Ocampo y Camila Sosa Villada.

 

—La imagen de la tierra es interesante: arquetípica de la maternidad y del discurso nacional. ¿Te sientes apegada de una manera particular a tu tierra?, ¿a Argentina o a la provincia donde naciste?

—La tierra es en sí un principio femenino para todas las culturas desde la antigüedad y también el principio de la vida y su final. Todo brota desde la tierra que recibe las semillas para devolver nacimientos y también es la encargada de recibir y abrazar a nuestros cuerpos más allá de la vida. Por eso me interesaba tanto la sabiduría de la tierra. La tierra sabe [o tiene sabor] porque todo vuelve a ella. Es un principio femenino que abriga los cuerpos, los acuna y guarda su verdad y su memoria. Ese es mi apego fundamental.

 

—¿En qué momento comenzaron a preocuparte los feminicidios?, ¿cuándo fue la primera vez que fuiste consciente de esta preocupación?

—Recuerdo el caso de María Soledad Morales, [torturada y asesinada por su novio y Guillermo Luque, hijo de Ángel Luque, entonces diputado nacional de Catamarca, una provincia del noreste de Argentina]. Era casi una nena como yo, de una provincia humilde: Me acuerdo de su familia y de todo el pueblo pidiendo por la verdad y la justicia en marchas multitudinarias y silenciosas, como pocas veces había visto hasta entonces y se me quedaron tatuadas en la sensibilidad. Yo venía corriendo de la escuela a prender la tele para saber algo nuevo sobre ella. Cada vez que vuelvo a leer sobre María Soledad, sobre la crueldad extrema a la que fue sometida y la forma en que desecharon su cuerpo, siento un dolor y una tristeza que casi no logro manejar. También recuerdo los casos de Melina Romero y Araceli Ramos, por la proximidad, el desprecio a la vida de esas mujeres y lo grosero de la violencia. Pero desafortunadamente los casos son tantos. Todo el tiempo, cada día.

 

—También te has referido antes al feminicidio como acto simbólico.

—Siempre me impresionó el “sacrificio” de Ifigenia como condición para que salieran las naves espartanas hacia Troya a recuperar el cuerpo de una mujer que fue raptada o que se marchó por su propia voluntad, Helena, tan botín de guerra como luego el resto de las troyanas y ahí Casandra, violada, que adivina el porvenir y nadie le cree. Ligada a la lucha por la tierra, la leyenda de Anahí, que da origen a la flor nacional de Argentina, el ceibo. Anahí es una guaraní que defiende la tierra de su pueblo frente al avance de los conquistadores. Hay diferentes versiones de cómo y por qué es apresada, pero todas coinciden en que Anahí es atada a un árbol y prendida fuego y que tiempo después ese árbol revive y de él salen las flores rojas como la sangre de la muchacha que defendió la tierra con su vida. Hay una “romantización” del asesinato y me parece parte del discurso que asesina a una mujer por día, o incluso a más.

 

—¿De qué manera la escritura de este libro te ayudó a hacer frente a la tragedia de los feminicidios?

—La epidemia de violencia que padecemos las mujeres tiene al feminicidio como último escalón. Esas violencias siempre me impactaron muchísimo y yo veía en el resto de las personas indiferencia, incluso en la literatura y las artes, que hacen estético el asesinato de las mujeres, sin registrar el dolor, la pérdida de esas vidas, así como el robo de sus cuerpos y el despojo de los seres queridos que quedan buscando en la nada. Yo quería tomar la voz de esos relatos desde un lugar nuevo, desde la voz de una mujer. Esa voz no puede impedir que los feminicidios sucedan, pero puede sensibilizar, hacer detener al lector, terminar con su indiferencia señalando lo terrible de estas muertes, lo insoportable de esas perdidas para todos.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

La fotografía de Dolores Reyes que encabeza esta entrevista es de Santiago Saferstein

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