El asesino tímido, de Clara Usón: fragmentos de realidad en una obra de ficción

¿Son acaso los recuerdos la materia prima más importante para un narrador? ¿Dónde empiezan y terminan los límites de lo real y lo ficticio en una obra de ficción? Quizás sean estas preguntas un detonante importante para la lectura de la última novela de Clara Usón (Barcelona, 1961), El asesino tímido, novela ambientada en la España de la Transición que cuenta un episodio de la vida de Sandra Mozarovski, actriz del cine del destape de los años setenta, fallecida en circunstancias extrañas, y cuya vida amorosa estuvo marcada por el romance que protagonizó con el rey Juan Carlos I.

Clara Usón utiliza de manera recurrente una lista de referentes literarios, cinematográficos, musicales y culturales en general. Son frecuentes las referencias de autores para reflexionar sobre temas vinculados con el sentido de la vida, el ímpetu de los primeros años de juventud, la muerte, el amor, el suicidio, las complejas relaciones madre e hija, y al mismo tiempo, abordar ciertos archivos históricos de España, admás de filtrar entre líneas un homenaje a su madre. De estos temas se desprenden breves reflexiones que marcan un estilo muy particular en la forma y el fondo del texto.

La novela nos confronta con una época de honda repercusión en la historia política y social de España: la transición de la dictadura franquista a la monárquica, conocida simplemente como “la Transición”. Usón cuenta la vida de Sandra Mozarovski y comparte algunas pinceladas autobiográficas. Además, intenta ponerse en los zapatos de la actriz, e incluso, se compara con ella, tal como podemos verlo en el siguiente fragmento: “Intento ponerme en la piel de Sandra, me imagino en el lecho, desnuda bajo las sábanas, aguardando al monarca… ¿Cómo me dirijo a él, cómo le llamo: majestad, señor, Juan Carlos, mi rey? No sé seguir, me paraliza el miedo y también la sospecha de que cuando se acerque y me vea, mostrará su disgusto: ‘¿Qué hace esta niña en mi cama? ¡Que se la lleven!’, porque a los diecisiete años yo era una adolescente flaca, sin pecho, sin caderas, sin culo al que agarrarse, en cambio Sandra…”

Muchas voces para la vida real.

En el entretanto participan otros personajes que caminan entre lo real y lo ficticio: el rey Juan Carlos I, así como otros políticos de la escena española de la época; actores, compañeros de Sandra, y personajes diversos de referencia cultural universal: Albert Camus, Cesar Pavese, Ludwig Wittgenstein, Brahms, Mahler, Richard Strauss, entre otros. Usón utiliza la imagen de un rey (justo el que participa en la transición franquista) y aunque lo introduce en un mundo ficcional, pero la realidad se funde en esta historia y nos entrega un personaje mitad real, mitad ficcional. Es lo que sucede con casi todos los personajes reales que aparecen en la obra: los interpela, dialoga y discute con ellos; los confronta. Razones de peso tuvo entonces la escritora, para afirmar lo siguiente en torno a su novela: “cuando la realidad se entrevera con lo imaginado en una obra de ficción, se contamina de ésta y se convierte en ficción, y ¿qué otra cosa son los recuerdos sino ficciones que nos contamos sobre nuestro pasado?”. Por momentos, como lectores, pisamos un terreno espinoso, en donde caminamos, de puntillas, asidos por hechos verdaderos que comulgan con el acto creador de la autora.

En este sentido, Clara asume diversas voces; no solo la de ella misma, o la de Sandra. Imagina también ser el rey, por ejemplo; y en ese juego da forma a una voz que siente y padece como el rey Juan Carlos I. Lo mismo ocurre con Ludwig Wittgenstein, por ejemplo, a quien, como a Sandra y al rey, Usón se empeña en comparar con ella misma. Es este, precisamente, uno de los mejores recursos que hallamos en la novela: “Yo me habría aburrido terriblemente en los conciertos de Mahler o Brahms, en el palacio de los Wittgenstein, y a Ludwig le habría horrorizado oírse entonar con nosotros Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley, y un niño como él, educado en casa por veintiséis tutores, atendido por docenas de amas y sirvientes, no habría sabido llegar por sí solo a la bodega de Antonio (…) algo que yo con siete años podía hacer sin problemas”.

“¿Qué otra cosa son los recuerdos sino ficciones que nos contamos sobre nuestro pasado?”

La autora barcelonesa se permite discernir sobre asuntos literarios; así, opina abiertamente que el género de la novela es un discurso que permite todo, incluso el desorden. Si no, se pregunta Usón, cómo se justifican, en esta historia, “los saltos” de un personaje a otro, sin que estos últimos, en apariencia, tengan mucho en común: “¿cómo puedo justificar los saltos inopinados de Sandra Mozarovski a mi madre, de mi madre a Wittgenstein, del rey a mí misma?, ¿sé a dónde voy?; ¿voy a algún sitio? (y si voy a algún sitio, ¿por qué doy tantos rodeos?), e intento convencerme de que este juego que me estoy inventando tiene unas reglas y una lógica”.

Usón nos revela en cierto tono confesional —que ella insiste en llamar un “ejercicio de exorcismo”— algunas de sus verdades de infancia, especialmente las relacionadas con sus hermanos y su madre. La marca de estos tiempos, permite ver una huella importante en la vida de esta escritora, sin que por ello la narración se convierta exclusivamente en una autobiografía. Por lo tanto, es difícil suponer que el supuesto suicidio de Sandra Mozorovski sea lo único oscuro que podamos advertir en esta novela; también sabemos que la autora desea mostrar un poco de sus propios demonios, esos que retuvo durante mucho tiempo, y que ahora, nos revela sin prejuicios, sin reglas, sin orden; simplemente, desde un lenguaje sincero, con algunas dosis de humor y una fluidez que nos mantiene atentos hasta el final de la historia.

 

Geraudí González Olivares (@GeraudiGonzalez) es crítica literaria, académica, autora de “microficción” y actriz

 

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