Una antología monumental de la poesía venezolana del siglo XX revela sus Rasgos comunes

Una prueba de la proyección de la literatura venezolana fuera de las fronteras de su país es la edición de Rasgos comunes: Antología de la poesía venezolana del siglo XX en la editorial Pre-Textos de Valencia (España). La obra compilada, prologada y anotada por Gina Saraceni, Miguel Gomes y Antonio López Ortega reúne en 1169 páginas a 87 poetas que publicaron sus libros más importantes entre 1901 y 2012, comenzando por Silva criolla a un bardo amigo, de Francisco Lazo Martí (1869-1909) y terminando con Compañero paciente, de Luis Enrique Belmonte (1971).

Como las cifras denotan, la vocación continental de la antología es uno de sus aspectos fundamentales, junto con el hecho de que aparezca en España, país que en los últimos años ha premiado las obras de Adalber Salas Hernández (1983) Salvoconducto (premio Arcipreste de Hita, 2014), Yolanda Pantin (1954) Lo que hace el tiempo (Premio Casa de América de Poesía Americana, 2017 y la carrera literaria de Rafael Cadenas (Premio García Lorca, 2015 y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, 2018). De estos tres autores, el único que no aparece en el enorme libraco es Salas Hernández —debido a su edad, claro—, los otros son desde hace tiempo centro del canon lírico de su país. En Rasgos comunes se encuentran todas las claves para comprender por qué es la lírica, mucho más que los géneros narrativos y de crítica la que mejor representa a la literatura venezolana fuera de sus fronteras.

 

Zonas discursivas e internacionalización.

Saraceni, Gomes y López Ortega enuncian cinco claves para esta notoriedad, las llaman “zonas discursivas” y las califican de “conflictos que dinamizan el campo literario venezolano”. Se trata del cuestionamiento de la modernidad, la centralidad del paisaje (material o emocional) en los discursos y el cuerpo como escena de las prácticas ciudades. Se trata también de la experimentación con el lenguaje y de la centralidad de la cultura popular. La antología da cuenta de las maneras como los escritores negociaron a lo largo de todo el siglo pasado con su intimidad y su nación. “Un país poético, elevado, se construye sobre el país real, desmembrado, a punta de memoria y tradición, por un lado, pero también lanzándose al vacío, por el otro, como quien postula una vanguardia ciega”, se lee en el prólogo: “La quiebra del lenguaje que vemos en los poetas de las últimas décadas del siglo, que es la quiebra del sentido, remite a la muerte del campo mayor, que vendría a ser la agonía misma del proyecto nacional”.

“Un país poético, elevado, se construye sobre el país real, desmembrado, a punta de memoria y tradición»

De todas las claves enunciadas son el cuestionamiento de la modernidad —Gustavo Guerrero las llama “las promesas incumplidas de la modernidad”— y la experimentación con el lenguaje las que dan cuenta de la crisis moral, social, financiera y política que en el presente aquejan al país. Lo que viene a decir el volumen, básicamente, es que la actitud de los poetas fue siempre crítica con la desaforada modernización venezolana. A partir de la década de los años sesenta a esa modernidad a golpes se le añadió la noción de que la conquista de la democracia había resuelto los problemas del país y este avanzaba de forma inefable, por la riqueza de sus recursos naturales y no por el resultado de la gestión humana, hacia una arcadia. Por eso, la poética sustentada en a noción de “terredad” de Eugenio Montejo (1938-2008) lo convierte en la bisagra que une las búsquedas literarias de la primera mitad del siglo, con las metáforas del deterioro de la segunda. La terredad nombra la extraña condición de las personas, pues su existir transcurre entre dos nadas: la del nacimiento y la de la muerte. Toma la consciencia de la nimiedad de los seres humanos y, al ponerla a dialogar con las grandilocuencias del desarrollismo petrolero venezolano, no encuentra más que otra nada. Entre esas dos nadas que se presentan como formas de la oscuridad transcurren las heridas de la vida en Venezuela y para sanar esas heridas los poetas han compuesto sus campos.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

En la imagen que ilustra este artículo aparecen Rodolfo Izaguirre (enmascarado), Edmundo Aray y Carlos Contramaestre promocionando la exposición «Homenaje a la cursilería»· en 1961. Esta es una de las imágenes más relevantes del grupo literario y plástico llamado el Techo de la Ballena del cual formaron parte importantes poetas.

Si te gustó este artículo, seguro te interesará lo que escribimos de los poetas venezolanos: Eugenio Montejo, Rafael Cadenas y Yolanda Pantin, así como las reseñas de las obras Lo que hace el tiempo (de Pantin) y El muro de Mandelshtam de Igor Barreto, así como de la antología de Juan Sánchez Peláez.

 

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