Ángeles Mora: El poema habla entre líneas, te ayuda a entender tu vida y el mundo

La segunda vida de Ángeles Mora comenzó cuando se divorció de su primer marido. Entonces germinó la poesía, el género literario que cultiva casi en exclusiva. Educada de la forma que era tradicional para las mujeres nacidas en Córdoba en la década de los años cincuenta, pasó más de veinte años reconociéndose en el rol femenino que le había sido impuesto. Se casó joven y tuvo tres hijos seguidos. Pero comprendió que eso no era lo único que quería de la vida y aquella idea abrió un abismo que solo supo sortear la literatura. Luego se matriculó en Filología Hispánica en la Universidad de Granada. A ese cambio radical le sucedió el del descubrimiento del cuerpo y de su propia subjetividad.

En 1980, Anna Rossetti publicó su poemario Los devaneos de Erato, que se hizo célebre porque frente a la poesía cultista que predominaba en los círculos líricos, la autora de Cádiz proponía formas eróticas transgresoras, por anclarse en cuerpos de mujeres. Aquello comenzó una rebelión en Mora y en las escritoras de su generación —que ya no se reconocerían más nunca con el odioso sustantivo ‘poetizas’—. “Así como en el amor queríamos ser activas, igual que ellos, en la poesía no queríamos ser objeto poético, sino sujetos”, recuerda. Dos años después publicó su primer poemario, cuyo título es una muestra de su estado de ánimo en aquella época: Pensando que el camino iba derecho. A través de imágenes cargadas de erotismo y una metafísica del desengaño, ese libro anuncia dos temas que atraviesan toda su obra: la desmitificación del amor romántico y la desarticulación de las ficciones que construyen la condición femenina.

Para cuando se graduó de la universidad, en 1986, ya había publicado su segundo libro, La canción del olvido. Pero fue el tercero el que la colocó en el mapa de la poesía española, por haberle granjeado el Premio Nacional Rafael Alberti en 1995: La guerra de los treinta años. Allí se imbrican la experiencia amorosa con la memoria histórica y emerge, por primera vez, como tema literario la dicotomía entre la mujer y la poeta con que Mora había aprendido a convivir desde sus años de estudiante. “Yo dejo mi impotencia, mi personal naufragio / entre estos blancos pliegues olvidado… / Aunque mi cuerpo caiga doblemente desnudo / en ese traje roto que luego es un poema”, escribe en “La chica de la maleta”. Esa dualidad, varias veces enunciada en sus versos por la identificación de la piel con el papel, es la comprensión de que la escritura, en especial la de corte lírico, es una indagación en el propio ser. Y, si bien la excusa del poema es una idea o una imagen que se capta en un instante, su hechura se demora en el desarrollo de alguna reflexión o en las cadenas de asociaciones. “El poema es una indagación en la vida, por eso necesito ver hacia dónde me lleva”, explica la también autora de Caligrafía de ayer (2000): “El poeta se interna en el poema como un explorador en la selva, pero lleva la linterna y el cuchillo de la palabra; no solo importa el final, sino el camino, cada verso. Lo mejor de la escritura es que permite reflexionar sobre el mundo y hacerte como persona. El poema habla entre líneas. Lo que importa no es lo que las palabras dicen, sino lo que no dicen. El poema te lleva a un sitio y, en el trayecto, no sabes por dónde vas. Al final del viaje si te ha dicho algo nuevo sabes que el poema vale. Otras veces tienes que romper el papel en el que está escrito”.

Una autobiografía fingida.

El poemario que recientemente fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía y el de la Crítica, Ficciones para una autobiografía (2015), reúne los temas comentados hasta ahora con la imposibilidad del lenguaje para describir el amor y la falta que en algunos versos simboliza en las imágenes de las ruinas, los huecos o las cicatrices. El hilo conductor de todos sus asuntos es la mujer que escribe, la propia Mora o una idea que tiene ella de la poeta. En todo caso, una mujer doble, que no se halla solo en una o en otra, sino en ambas. “A destiempo”, un poema que habla de su nacimiento, inicia el libro —“es una ficción porque nadie se puede acordarse de su nacimiento”, explica la autora— surgió de una frase que oyó a su madre y del hecho de que nación un 31 de diciembre, entre dos años: “Llegué muy tarde al año que se iba / y el que venía me encontró dormida”.

La palabra “ficción” se vuelve polisemia en este libro y la característica puede extenderse al resto de la obra de Mora. No se trata propiamente de una mentira sino de las inexactitudes y contradicciones que construyen el ideario humano, por eso vuelve allí a su preocupación por la manera en que la cultura hace a la mujer —para usar la filosofía de Simone de Beauvoir— y desmitifica al amor romántico. “Pretendía que fuera una autobiografía fingida, no en el sentido de mentirosa sino en el de creación poética. Los poemas son ficciones de nuestra vida y de las ideas que tenemos, ayudan a comprendernos en el mundo”, concluye.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

La foto de Ángeles Mora que encabeza este perfil es de Teresa Gómez.

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