Mariana Enriquez

Mariana Enriquez y la posibilidad de causar daño como una tentación

Para noviembre de 2019, cuando la narradora y periodista Mariana Enriquez ganó el premio Herralde de Novela, ya era conocida entre los lectores por sus dos colecciones de relatos Las cosas que perdimos en el fuego (2016) y Los peligros de fumar en la cama (2017) y por una biografía de Silvina Ocampo que reivindicó su obra para el público hispanohablante contemporáneo, La hermana menor (2018). Con la galardonada Nuestra parte de la noche ha sellado su lugar en la literatura iberoamericana contemporánea con una novela polifónica y monumental que abarca distintas décadas, en donde cuenta cómo Juan, el médium de un extraño culto creado por aristócratas, trata de salvar a su hijo Gaspar de heredar su suerte. De la misma manera que sus cuentos coquetean con lo insólito, los personajes de esta obra se mueven entre la oscuridad y lo sublime. Enriquez se toma un descanso de la ficción, pero no para de trabajar: combina sus oficios de periodista con la promoción de su novela, mientras mientras edita un libro de no ficción con Leila Guerriero y amplía su libro de viajes a cementerios titulado Alguien camina sobre tu tumba que pronto será reeditado.

—Los vínculos entre la dictadura militar argentina y la Oscuridad se han resaltado en todos los comentarios sobre Nuestra parte de la noche: ¿Qué aspectos siniestros de la dictadura opacan aún el presente argentino?

—Entiendo por qué se destacan los vínculos entre la dictadura y la Oscuridad, pero sinceramente siempre pensé a esa entidad o dios antiguo como algo que excede a la dictadura o a cualquier otra manifestación de la capacidad de daño y crueldad humanas. Es una entidad más antigua que puede ser convocada a voluntad por quienes saben hacerlo que, en este caso, son los miembros de la Orden, un grupo vinculado con el poder, de aristócratas ricos. En el presente argentino la dictadura sigue teniendo relevancia y actualidad. Como tema político se sigue discutiendo a diario: hace una semana nada más hubo una polémica en redes por el número de desaparecidos y hace días apenas se criticó duramente al presidente —yo creo además que injustamente, o con demasiada susceptibilidad— por un discurso frente a las fuerzas armadas donde habló de “inconductas” del pasado; los organismos de derechos humanos creyeron que estaba siendo demasiado blando y debería haberse referido a lo actuado por los militares como genocidio. Eso en términos del diálogo político, por poner apenas unos ejemplos. En la vida cotidiana, y creo que esto sí fue un disparador de la novela, porque Nuestra parte de noche piensa la herencia y lo filial, se siguen recuperando hijos de desaparecidos que, en los 70, fueron secuestrados junto a sus padres y dejados con familias a veces cercanas al régimen, a veces no, para ser criados por ellas; por supuesto, con otra identidad y en una mentira. Esos hombres y mujeres tienen más o menos mi edad, pertenecen a mi generación. Me impresionó que, en los últimos años, muchos de ellos decidieron acercarse a los organismos de derechos humanos (puntualmente a Abuelas de Plaza de Mayo) para averiguar sobre su identidad con exámenes de ADN y demás. Muchos decían que ellos podían cargar con una identidad falsa, que eran capaces de lidiar con ese peso psicológico, pero eran incapaces de extenderlo a sus hijos, no podían permitir que la mentira, y en definitiva la masacre, se perpetuara en los chicos. 

—¿Qué puede hacer la literatura para borrarlos?

—No creo que la literatura pueda hacer nada para borrar este trauma histórico o ningún otro, no creo que esa sea la función de la literatura. Si tiene alguna función, en todo caso, es ayudar a pensar esta época y sus efectos actuales.

—Suele asociarse tu obra con la literatura de lo fantástico cultivada por Julio Cortázar, Jorge Luis Borges o Adolfo Bio Casares, pero fuera del epígrafe tomado de La invención de Morel, las influencias literarias declaradas en Nuestra parte de la noche provienen de la literatura en lengua inglesa, como la narrativa de Zora Neale Hurston —gods always behave like the people that created them—, así como TS Elliot y WB Yeats, entre otros poetas. ¿Bajo qué criterios integraste ambas referencias, la anglosajona y la hispanoamericana?

—Una parte de la literatura argentina tiene una fuertísima impronta anglosajona, especialmente la de Borges y Bioy, y también Cortázar quien, por ejemplo, escribió un libro extraordinario sobre Keats, mejor que cualquiera que yo haya leído de autores anglo. Mis influencias vienen de ese cruce: la literatura sobre todo de Buenos Aires —o digamos del Río de la Plata— tiene esa impronta, incluso por fuera de la literatura, como con Manuel Puig y su pasión por Hollywood. De modo que es una influencia bastante típica, diría. Eso en términos de tradición: en términos de gusto personal, además me gusta mucho la literatura anglosajona, desde Emily Brönte hasta William Faulkner o Stephen King. Juan Carlos Onetti, por ejemplo, un autor uruguayo central, estaba tan influenciado por Faulkner que hasta creó su propia ciudad a la manera de Yonapakthawa, Santa María. Es un cruce muy habitual.

«En casi toda mi obra ubico a “el lado oscuro” como una posibilidad humana cierta y cotidiana. En la novela la idea está más estilizada»

—En La hermana menor muestras la vida de Silvina Ocampo, una narradora que también podría puede asociarse al género fantástico, vinculada personal y literariamente a Borges y a Bio Casares ¿Qué has tomado de su obra para la tuya?

—Muy poco, especialmente en esta novela (salvo por algo particular: creo que la idea de escribir sobre la oligarquía argentina tuvo que ver con haberla investigado cuando hice el libro de Silvina). En los cuentos, creo que tengo de Silvina cierto gusto por la crueldad, el humor y los protagonistas niños, que suelen ser niños crueles o malos. Para ser sincera, sin embargo, no la ubicaría como una de mis influencias principales.

—Los personajes de Juan y Gaspar recuerdan a poetas románticos, incomprendidos y solitarios como lord Byron o John Keats. Incluso, padre e hijo establecen una relación a través de los poetas que leen, ¿puede interpretarse esta elección como una propuesta tuya sobre la poesía como alternativa a la oscuridad?

—Creo que más bien la elección tenía que ver con la posibilidad de comunicarse con la Oscuridad a través de la poesía. No como alternativa. En ese sentido, también me gusta mucho Blake; o Rimbaud, aunque ambos aparecen menos en la novela. Es la idea de poeta como vidente y, en este caso particular, como médium.

—He interpretado al médium como alegoría del mal en todos nosotros, nuestra parte de la noche. Y me pregunto: ¿de qué manera esa lección que nos da el título de tu novela puede servir de poética para el resto de tu obra?

—En casi toda mi obra ubico a “el lado oscuro” como una posibilidad humana cierta y cotidiana. En la novela la idea está más estilizada pero es un tema sobre el que escribo siempre y mucho en mis cuentos: el mal latente y seductor. La posibilidad de causar daño como una tentación.

 —Nuestra parte de la noche tiene vínculos evidentes con varios cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, como los personajes de niños y adolescentes, aunque el más evidente se encuentra con el relato «La casa de Adela», que se vincula directamente con la tercera parte de la novela, «La cosa mala de las casas solas». ¿Deben leerse los cuentos de esa colección como antecedentes de la novela? ¿Qué relación estableces entre el ejercicio de la narrativa breve y la extensa? ¿Tienen tus novelas anteriores relación con otros cuentos?

—Los cuentos no tienen relación con la novela ni son un antecedente. Pero, por supuesto, el clima es similar, también comparten ciertos temas. Creo que pertenecen a un mismo mundo. A un mismo universo de sentido, que es el mío. Pero los cuentos son muchos más urbanos y realistas, menos volcados al fantástico, creo. Y la verdad es que la transpolación de “La casa de Adela” fue la única vez que apelé a una operación semejante. Por otra parte, lo que necesitaba llevar a la novela era la casa a secas, necesitaba, para esa parte del libro, una casa donde desapareciera gente. Me di cuenta de que ya había escrito esa casa, en un cuento y la “mudé”. Con la casa vino la niña que no es la misma niña, comparten físico y nombre, pero son dos personajes distintos (parecidos por supuesto, y dejarle el nombre y las características físicas fue intencional). Nunca antes había usado parte de un cuento ni en una novela ni en ningún otro cuento; casi nunca repito personajes.

En Nuestra parte de la noche «los puntos de vista se dieron casi naturalmente»

—La publicación de Nuestra parte de la noche coincide con la del libro Ese verano a oscuras. Aquí, de nuevo, aparecen personajes adolescentes y, como se ambienta en 1989, no es difícil asociarlo con la última parte de la novela, “Las flores negras que crecen en el cielo”. Me pregunto si Ese verano a oscuras —quizá como los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego— ayudó a preparar el manuscrito de la novela. ¿Qué vínculos existen entre esas obras?

—Coinciden en fecha de publicación, pero Ese verano… fue escrito durante Las cosas que perdimos en el fuego. No lo incluí en el libro porque tiene algunos puntos similares con cuentos allí incluidos, de modo que es casi un lado B. Para la publicación de la editorial Páginas de Espuma lo reescribí y amplié (originalmente era mucho más corto) y sin duda transcurre al mismo tiempo que la última parte de la novela pero por lo que decía antes: es un mismo universo (o multiuniverso). Pero se escribieron y desarrollaron en dos momentos de escritura muy diferentes. Por supuesto, un lector puede y debe pensar, si quiere, que las chicas de Ese verano… viven cerca y al mismo tiempo que Gaspar y sus amigos, porque eso probablemente es así; mi intención cuando escribí ambos textos no era la de relacionarlos, eso ocurre porque estoy trabajando en épocas que me interesan particularmente y las historias se cruzan. Ese verano…, además, es un cuento totalmente realista. Podría decirse que es de horror, pero no de horror sobrenatural, como es la novela.

—La novela polifónica es una decisión arriesgada de quien la escribe, en el sentido de que trabaja múltiples narradores, puntos de vista y, en el caso de Nuestra parte de la noche, diversos espacios temporales. ¿Qué oportunidades te ofrece esta estrategia que se hubiera perdido en un argumento lineal? ¿cómo se adapta esta forma plural al contenido, la historia que intentas transmitir en a novela?

—Era demasiado extensa como novela con un argumento lineal. Las oportunidades que se me ofrecieron fueron las de contar cada parte algo cerrada en sí misma: no pueden leerse por separado porque la novela es un todo y están interconectadas, pero tienen cierta independencia y creo, también cierta diferencia de estilo: creo que los diferentes tipos de “terror” de cada una (la primera parte es más Lovecraft-ocultista, la segunda mas King, otra parte es una crónica periodística que deriva a lo sobrenatural, etc) fueron más importantes para mí que la pluralidad de narradores. Los puntos de vista se dieron casi naturalmente —excepto en la primera persona de Rosario, que fue la decisión más compleja de tomar— porque, aunque la novela cuenta mucho, manejar puntos de vistas me permitía velar ciertas cosas, que solo conoce un personaje, y que luego serán descubiertas.

 

Michelle Roche Rodríguez es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

El retrato que encabeza esta entrevista fue hecho por Nora Lezano.

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