En Las Efímeras, los personajes habitan un enorme vientre vegetal

Saber dónde está la calma,

Y no ir a buscarla.

Las Efímeras, Pilar Adón.

Las Efímeras es un lugar pastoso que el lector habita sin decidirse a dejarlo. Un enorme vientre vegetal construido de letras. Como la maleza que cubre cada centímetro del universo onírico de los personajes de esta novela, el estilo de Pilar Adón es el ramaje que nos mantiene prisioneros de una trama que se va desgajando de a pocos en una decena de capítulos. El ambiente es el de una comunidad más que rural, boscosa, que permite diversas asociaciones con la fuerza telúrica de la madre naturaleza. El tiempo parece transcurrir en círculos, a veces demasiado rápido para que nada cambie.

Y la forma literaria de la autora madrileña nacida en 1971 es sólo el principio. Luego están sus personajes que son una proyección de su lenguaje omnívoro y de esa humedad vegetal que todo lo traspasa. Dora y Violeta son las hermanas Olivier. Mantienen una relación turbia hasta que aparece Denis, el vástago de una familia extraña, a interponerse entre ellas con la contundencia de un secreto. Una es Dora, la “alimentadora de perros, sabedora de que las lombrices aparecen cuando hay humedad”. La otra, tan metida en su escritura que “cuando no estaba revisando las anotaciones de su libreta, Violeta podía pasar horas en la ventana”. Para restablecer el orden de las cosas sólo podrán apelar a la ayuda de Madmoiselle Anita. La abeja reina del lugar que es pueblo que es bosque que es La Ruche, nombre que significa “colmena” en francés, ha creado una rutina tan eficaz que le permite mover los hilos invisibles de las cosas sin esfuerzo, a penas haciéndose visible cuando la necesidad de los vecinos es imperiosa.

“A ellas, a las niñas Olivier, les habían enseñado que pocas cosas en el mundo podían ser peores que el engaño porque pocas cosas en el mundo eran más valiosas que la verdad. La verdad como una simple acción natural”, reflexiona Dora, una de las hermanas, cuando intenta pedir ayuda de Madmoiselle Anita. Son tantas las cosas que no se dicen en esta trama, los silencios, las medias verdades, que el lector tendrá la sensación de presenciar cómo se desdoblan tres o cuatro historias paralelas apenas signadas y de haber abierto la puerta que al final le enrumbó por la anécdota más enigmática. He allí el gran valor de Las Efímeras: su economía de recursos. Porque si bien resulta obvio que Adón disfruta engalanando su expresión escrita no lo es menos que describe las situaciones con algunos ramalazos para pasar directamente al mundo psicológico de los personajes. La novela me hace pensar en el vientre que Julia Kristeva signa como el único lugar certero de lo semiótico. Como los líquidos somáticos en el cuerpo de la mujer que tienen potencial para hacer vida de la vida, las anécdotas de esta novela se desarrollan en círculos que engendran nuevos círculos sin llegar nunca a resolverse. Y, quizá, no deban. “Después de todo, las casas se derrumbaban vencidas por el paso del tiempo y en su lugar no quedaban más que ruinas”. Y las personas no somos más que futuras ruinas.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

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