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Joyce y su hija

La musa que James Joyce quebró era su hija

Ser hija de James Joyce. Vivir en la época de las flappers. Enamorarse de Samuel Beckett. Bailar en teatros independientes de París. Tener como profesor de pintura y amante a Alexander Calder. Y todo esto antes de los 28 años ¿No parece una vida excitante?

Ah, pero también psicoanalizarse con Carl G. Jung en 1934. Y morir en el St. Andres’s Hospital de Northampton en Inglaterra, después de pasar medio siglo dando vueltas por instituciones psiquiátricas alrededor de Europa. Porque esa vida que parece llena de glamour tuvo un precio muy alto para la menor de los dos hijos del autor de obras fundamentales del modernismo anglosajón como Ulises (1922) o Retrato de un artista adolescente (1916). El problema es que ella lo inspiraba: era su “musa”. Ese es el tema que aborda la novela La hija de Joyce de Annabel Abbs, donde la especialista en la obra del autor irlandés ficcionaliza la vida de la joven bailarina a quien, en su época, la celebró la mismísima Isadora Duncan. Lo más interesante del libro es que los detalles más escabrosos de la familia Joyce son verdad. Por eso, diversas sociedades dedicadas a conservar el legado del autor se opusieron a su publicación.

 

¿Por qué musa y no artista?

A los 17 años supo Lucía Joyce que era la musa de papá. Fue en París en la casa de su familia en la plaza Robiac. Él leía ante una panda de sus fanáticos uno de los borradores más recientes de lo que entonces se llamaba “Obra en curso” pero que la historia conoce como Finnegans Wake (1939), la compleja novela experimental que tiene fama de ser una de las más difíciles de entender del idioma inglés. Ella iba y venía de la cocina a la sala donde estaban los invitados, les servía bebidas, también ayudaba a su madre con la comida. “Recuerdo la calidad melódica de las palabras de mi padre y su voz alta y fina, subiendo y bajando de tono”, le cuenta Lucia a al doctor Jung en una de sus sesiones de psicoanálisis: “Y entonces sentí una sacudida, me di cuenta de que hablaba de mí, había escrito cosas sobre mí, y yo era parte de lo que seguramente iba a ser la novela más grande jamás escrita. Se me encogió el estómago… Tuve que hacer un esfuerzo para no gritar: ‘¡Esa soy yo! ¡Eso es mío!’. Había experimentado una sensación de violación que no puedo explicar, como si él me hubiera arrebatado algo”.

«Había experimentado una sensación de violación que no puedo explicar, como si él me hubiera arrebatado algo»

Porque ser musa de un artista no es una suerte, sino una carga que convierte a la mujer en un sujeto pasivo sin decisión sobre su futuro. “¿De qué me ha servido a mí ser la musa de Babbo? Eso me ha tenido prisionera, me ha atado a él. Y sin embargo, es todo lo que me queda. Todo lo demás se ha desvanecido”, se lamenta la protagonista del libro de Abbs. Ni una sola de sus relaciones sentimentales o de su ocupaciones escapó a la manipulación que su padre impuso sobre ella y sobre el resto la familia. Pero en Lucia fue peor, porque su madre no tuvo pretensiones artísticas y su hermano era un cantante mediocre. En cambio, ella rondaba la perfección en el baile moderno que tan de moda estaba en la década de los años veinte y se presentaba en lugares de categoría como el Bal Bullier, el Théâtre des Champs-Élysées y el Théâtre du Vieux-Colombier. Porque no se trata solo de lo invasivo que resulta la propia vida expuesta ante los juicios de los demás, sino la convivencia con el que cree ser mejor que quienes le rodean. Al mostrar la relación entre el genio y su musa, La hija de Joyce construye la evidencia de cómo la arrogancia de muchos artistas, la mayoría de ellos hombres, promovida por un sistema patriarcal, ha venido a reconocerse como el único discurso en detrimento de otros. ¿Por qué no iba a ser Lucia Joyce un genio en el baile como lo era su padre en la literatura?

Nadie, visto muy de cerca es bonito. Y mucho menos un escritor. La hija de Joyce es una interesantísima prueba de eso.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

Hemos leído este libro en 24symbols y tú también puedes aquí.

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  1. Estelio Mario Pedreáñez

    Amarga aunque lúcida reflexión de la talentosa Michelle Roche sobre ese ego desmesurado que fue James Joyce, capaz de cortar las alas de su propia hija.
    La élitesca inglesa Virginia Woolf tenía una imagen bastante negativa del escritor irlandés (a quien una vez calificó como un «pretencioso obrero semi analfabeto» si no recuerdo mal. Woolf se negó, como editora, a publicarle a Joyce su Ulises y éste tomó su pequeña revancha: Colocó el apellido Bloom a sus protagonistas anti-heroes : Leopold Bloom y Molly Bloom, símbolos de la decadencia, la degeneración y el envilecimiento del hombre masa contemporáneo y una cruel sátira contra el grupo de intelectuales y literatos que conformaban el Círculo, Grupo o Club de Bloomsbery cuya estrella aglutinante era Virginia Woolf. Ésta observación es de mi propia cosecha y conclusión de la búsqueda de los motivos bautismales de los nombres de tales personales literarios joyceanos.
    Aunque Joyce haya sido en realidad y probadamente un padre desastroso no creo que disminuya la desmedida estimación, el «endiosamiento» que lo arropa, porque otros obraron peor, fueron criminales nazis como Martin Heidegger, y también gozan de irracional «endiosamiento». Cosas veredes Sancho!!!

  2. Estelio Mario Pedreáñez

    Nota: Me equivoqué, confiado en mi memoria, y no es «Bloomsbery» sino «Bloomsbury».

    Otra Nota: El nombre del anti-héroe protagonista de Ulises de Joyce, en mi criterio, se debe al genocida Rey Leopold II de Bélgica, culpable de los crímenes atroces en su colonia africana del Congo Belga, cuya denuncia en la prensa internacional causó un gran escándalo en Europa y Estados Unidos a principios del siglo XX, pocos años antes que Joyce iniciará la escritura de su obra maestra. El genocidio del Congo Belga, que le dió nombre al Leopold Bloom joyceano, también inspiró en fecha reciente al gran escritor Mario Vargas Llosa para escribir su novela «El Sueño del Celta»

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