Íñigo Domínguez: La precisión del desencanto en Las soldadesas de Ugo Pirro

Este es uno de los mejores libros sobre la guerra que se pueda leer, dentro de una tradición, más bien del cine italiano que de su literatura, que adopta un punto de vista muy particular sobre el asunto: la del que no quiere tener nada que ver con la guerra, o más bien desearía no haber tenido nada que ver, no haberse envilecido con ella, y la mira con ojos cansados, sin retórica. En esta novela, escrita con la precisión del desencanto, el protagonista merodea por los bajos fondos de la guerra, lejos del frente y las trincheras. No hay un solo momento de acción o heroísmo, sino de huida y desolación, con hombres y mujeres convertidos en bestias, pero ya sin ferocidad, derrotados en su dignidad. El hallazgo de Le soldatesse es el estilo, el gran talento de su autor, que escribe como si se tratara de un informe, descriptivo e introspectivo, donde no esconde nada, tampoco su culpa, ni su incapacidad de descifrar sus propios sentimientos, aunque es excepcionalmente sagaz en captar los matices, que son el secreto de una situación. Es frío e íntimo a la vez. Narra los hechos sin una pretensión moralista, pero consciente de que deja a la vista implacablemente el horror moral que representan.

Ugo Pirro estuvo en Grecia, fue uno de esos jóvenes que el fascismo, en su locura imperial, mandó allí, como a Etiopía y Albania, a conquistar el mundo, sin que la mayoría de los soldados hubieran salido antes de su pueblo ni estuvieran lejanamente convencidos de esa épica. En el caso de Grecia, los italianos se encontraron con gente que era como ellos en paisajes que eran parecidos a los suyos, pobres campesinos en aldeas reducidas al hambre. En las trincheras de los griegos no encontraban cigarrillos y chocolate, como en las de los ingleses, sino migas de pan y latas de sardinas vacías.

Los italianos, además de no creerse la guerra, intuían que la perdían, vivían en una fatalidad rutinaria y degradante. En la Italia de la posguerra no se había dicho mucho, las atrocidades y los desmanes de las tropas italianas se habían silenciado. Primaba el estereotipo italiani, brava gente: el soldado italiano no era como los alemanes, era un invasor simpático, caía bien a los enemigos, trataba bien a los sometidos. También había contribuido a ello la propaganda del cine de Hollywood, que los colocaba como los buenos dentro de los malos, alemanes y japoneses, porque sabían que Italia era el anillo débil del eje. Pirro, sin embargo, fue una de las primeras voces en contar algo bien distinto en un relato demoledor. Tocó además un aspecto tabú, y romperlo era muy adelantado a su tiempo, un ángulo poco considerado dentro del gran drama de la guerra: el de la prostitución en la población ocupada, las mujeres tratadas como carne de mercancía, repartidas en camiones por el ejército.

«Tocó además un aspecto tabú, y romperlo era muy adelantado a su tiempo, un ángulo poco considerado dentro del gran drama de la guerra: el de la prostitución en la población ocupada, las mujeres tratadas como carne de mercancía, repartidas en camiones por el ejército»

Pirro no fue el primero, sino el segundo en Italia en hablar de esto, y lo que le pasó al primero es muy revelador. Le soldatesse, opera prima, se publicó en 1956. Seis años antes, en 1949, Renzo Biasion, otro veterano de Grecia, había contado su experiencia en un relato publicado en la revista milanesa Rassegna d’Italia con el título de Sagapò: un anticipo del homónimo libro que Biasion publicará cuatro años más tarde bajo el prestigioso sello de Einaudi

Sagapò venía de una expresión griega que significa «te amo», y sirvió a las tropas aliadas para bautizar burlescamente a los italianos, por su propensión a relacionarse con las chicas griegas, aprovechándose del hambre y pagando sus servicios con un trozo de pan. A su vez las chicas, por cierto, eran fuente inagotable de información para los espías de ingleses y partisanos.

El relato pasó inadvertido, pero en 1953, poco antes de que el libro de Biasion viese la luz, se armó un escándalo enorme con el borrador de un guión publicado en la revista Cinema Nuovo: el guión se titulaba L’armata sagapò y estaba basado en el relato de 1949 de Biasion. El autor, Renzo Renzi, y el director de la revista, Guido Aristarco, fueron acusados de vilipendio a las fuerzas armadas y juzgados por un tribunal militar, porque ambos habían sido militares. Estuvieron cuarenta y cinco días en prisión. Renzi recordó con gracia años después, en una entrevista, que en prisión él era el oficial de mayor rango, y su director tenía uno inferior, así que se invirtió la jerarquía: en la vida real él era un simple colaborador de la revista, pero en la cárcel su director tenía la obligación de limpiar la celda y hacerle el café. El proceso terminó con una condena simbólica de siete meses para Renzi y de seis a Aristarco, con libertad condicional. Pero tuvo la virtud de desatar una fuerte reacción de protesta en la opinión pública y plantear el debate sobre lo realmente ocurrido en Grecia.

Hasta entonces, en Italia pesaba el recuerdo de la terrible masacre de Cefalonia, en septiembre de 1943. Tras la rendición de Italia, las tropas destinadas en esta isla se negaron a entregar las armas a los alemanes, hasta ese momento sus aliados. Tras un sangriento asedio, en el que murieron más de mil italianos, se rindieron. Como represalia, las tropas de Hitler asesinaron a los supervivientes, al menos entre cuatro mil y cinco mil.

«El comportamiento de los soldados italianos había sido antes mucho menos heroico, y eso es lo que contó Pirro»

Pero el comportamiento de los soldados italianos había sido antes mucho menos heroico, y eso es lo que contó Pirro. Se lo publicó Feltrinelli, una nueva editorial que nació ese año, impulsada por un millonario revolucionario loco, Giangiacomo Feltrinelli, todo un personaje. Fue quien publicó Doctor Zhivago y El Gatopardo y solo con eso ya pasó a la historia. Pero estaba tan metido en la época que acabó fundando un grupo terrorista y murió cuando colocaba una bomba en 1972. Fue un intelectual comprometido como Feltrinelli quien publicó el libro de Pirro, que rompía con una larga tradición de retórica guerrera italiana, del Risorgimento al fascismo. También con el silencio de la posguerra en Italia, donde no hubo juicios de Núremberg, sino amnistías, y los fascistas se reciclaron en la nueva república, también entre las autoridades. Con el beneplácito norteamericano, que quería un aliado sólido y estratégico contra el comunismo, y en el país con el partido comunista más grande de Europa.

Le soldatesse es un viaje al horror de la guerra que, de ser una novela estadounidense, habría tenido en el cine una especie de Apocalypse Now en forma de road movie. “Un largo viaje dentro de la conciencia”, lo definió Andrea Camilleri en el texto que escribió para la última reedición italiana, en reconocimiento a su deuda con aquel libro que leyó de joven y le impresionó por su autenticidad. En el cine no tuvo suerte, fue una pena. Llevó la obra a la gran pantalla Valerio Zurlini, buen director, pero en este caso no estuvo a la altura del material. De todos modos, el cine italiano ha tenido una especial sensibilidad para el género bélico, y con él ha alcanzado varias de sus obras maestras, exactamente en la misma línea que la novela de Pirro. Roma città aperta, La ciociara, Tutti a casa, La Grande Guerra… parten del mismo presupuesto, la experiencia brutal de la guerra de todos sus autores. El contacto con la más compleja y extrema gama de sentimientos humanos. De ahí sale un cine bélico esencialmente antibélico, narrado por la gente común, sin tipos cachas, al contrario, a menudo son descreídos, cobardes e imprevisibles.

Pero lúcidos y valientes. Como este libro.

 

Íñigo Domínguez (@InigoDominguez) es periodista de El País y fue corresponsal en Roma de El Correo. Ha trabajado en Venezuela, Grecia y Balcanes.

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