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Frankenstein y Shelley, la mujer que lo escribió

Frankenstein o el moderno Prometeo, el libro clásico de Mary Shelley, está más vigente que cuando se produjo, en el siglo XIX. Y eso no se debe a una capa tras otra de significados que en veinte décadas le han ido añadiendo sus múltiples versiones teatrales, cinematográficas, musicales y en las artes plásticas, a las que ha aludido la prensa hasta el cansancio en los textos conmemorativos de su bicentenario, sino a su tratamiento de un tema fundamental para la humanidad desde que se plantea su existencia. Me refiero a la lucha entre bien y mal como reflexión sobre el significado del sufrimiento, donde lo malo es aquello que duele y lo bueno es aquello que no. Discutir la vigencia de la novela de 1818 supone, por un lado, el comentario sobre la actualización que hace de los postulados del Paraíso perdido (1667) de John Milton y, por el otro, un acercamiento a Mary Shelley como escritora canónica.

El antropocentrismo humanista que se había iniciado con el Renacimiento alcanzó en el Romanticismo su máxima expresión. La noción de que era la humanidad y no Dios el centro de todas las cosas la materializa a la perfección el extenso poema de Milton, cuyo argumento es una vuelta de tuerca a la leyenda del Génesis sobre la caída en desgracia de Adán y Eva. Vuelve sobre esa historia para usarla como elemento en la defensa de la supuesta inclinación de las personas hacia la maldad y su relación con el dolor. La segunda parte del título de Shelley, “el moderno Prometeo”, ofrece una clave para determinar el sentido en el que ella reinterpreta la obra de Milton.

Recordemos que Frankenstein no es el nombre de la criatura sino del científico que le da vida, por lo cual la frase “moderno Prometeo” se refiere a él. En la mitología antigua, Prometeo era el titán que robó el fuego del Olimpo para iluminar a los humanos. Zeus le castigó ofreciéndole a su hermano, Epimeteo, una caja llena con todas las desgracias de la humanidad y a Pandora, una mujer de arcilla cuya desobediencia dejó escapar el contenido de la caja. Mientras esto ocurría, Prometeo estaba encadenado a una montaña donde a diario un águila comía el hígado que le crecía cada noche. Lo importante es que Prometeo y Pandora establecen en el Satanás creado por Milton un interesante paralelismo con el mito del Génesis.

«La vida y la muerte se aparecían ante mí como separadas por una frontera virtual, que, una vez atravesada, me permitiría arrojar un torrente de luz en nuestro mundo de tinieblas»

Como Satanás, que ofrece a Eva el fruto del árbol prohibido para que ella adquiera el discernimiento de la diferencia entre bien y mal, para de evitar el dolor, Prometeo ofrece a los humanos el fuego y la sabiduría, aún retando a Zeus. El doctor Frankenstein es Prometeo y es Satanás, ofrece a la humanidad la prerrogativa de los dioses: crear vida. “Tras días y noches de indecible trabajo y fatiga, conseguí descubrir qué era lo que causaba la generación y la vida. Y todavía mejor: conseguí infundir aliento a la materia inerte (…) La vida y la muerte se aparecían ante mí como separadas por una frontera virtual, que, una vez atravesada, me permitiría arrojar un torrente de luz en nuestro mundo de tinieblas. Yo sería el origen y creador de una nueva especie: muchos seres dichosos y nobles me deberían su existencia”, cuenta el siniestro doctor en el libro.

La interrogante que guía Frankenstein es si los humanos deberían plantearse la generación de nueva vida, reflexión cuyo origen moral se encuentra enraizado en Paraíso perdido, donde Satanás y Eva retan a Dios, no tanto por comer del árbol una fruta prohibida sino por buscar el conocimiento. Frankenstein es peor, porque no reta a Dios, quiere ser Dios. Como buena hija del Romanticismo, la autora inglesa confronta la noción de bienestar atada al progreso (la búsqueda de la sabiduría) con la atada a la moralidad cristiana (el rechazo de la sabiduría). Al poner estos asuntos en el centro de sus reflexiones, Shelley acepta el reclamo crucial del Romanticismo a la Ilustración: ¿Y si el conocimiento humano, capaz de combatir la superstición y la ignorancia, no servía para acabar con la tiranía y el sufrimiento?

Porque la criatura, el hombre que resulta de esa “nueva especie” a la que se refiere Frankenstein, no es más que un ser atormentado.

La reflexión es, en esencia, la del hombre de ciencias. Porque Frankenstein es Prometeo y no Pandora. Las relaciones entre ella y Eva como mujeres culpables de las desgracias del mundo han sido establecidas por siglos de hermenéutica y no dudo que Shelley las considerara mientras escribía la obra. El aporte de Milton fue vincular la presentación de Satanás como un ser sufrido que sedujo a Eva ofreciéndole en una fruta la solución a la lucha entre el bien y el mal. El aporte de Shelley fue presentar a Prometeo/Satanás como un soberbio que encarnaba los grandes principios de la Ilustración en una historia donde no hay mujeres protagonistas. Su universo eminentemente masculino —la criatura lo único que suplica de su creador es una mujer de su misma condición para rebajar el dolor de la soledad— me parece uno de los argumentos más sólidos que desde su condición femenina podía hacer a la dicotomía bien y mal. Porque si las propuestas de Frankenstein están vigentes aún, se debe a que la autora salió del modelo de mujer que la cultura le ofrecía y se atrevió a escribir lo que pensaba. No, no son las mujeres las culpables de las desgracias de la humanidad, es la soberbia de los hombres, aunque quieran ser “científicos”. Por eso Shelley fue algo más que la esposa del poeta (Percy B. Shelley) o la hija del intelectual (William Godwin). Ella se ganó su puesto de escritora de hecho y derecho en los anales de la literatura universal, es canónica porque es imposible pensar en la literatura de occidente y olvidar a Frankenstein o el moderno Prometeo.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

La foto principal y la foto con la cita de Mary Shelley pertenecen al libro Frankenstein resuturado de la editorial Alrevés. La primera ilustración es de Dídac Pla para el cuento «La edad de oro» de María Zaragoza; la segunda es de Javier Olivares para el relato «Descendencia» de Juan Jacinto Muñoz Rengel. El video que acompaña a este artículo de Elena Odriozola es parte de la promoción de la reedición que hace Nórdica Libros del libro. La portada de Frankenstein que usamos es la propuesta por la edición de Sexto Piso, consideramos que es la que mejor expresa gráficamente la relación entre Paraíso Perdido y la obra de Mary Shelley.

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