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Ernesto Pérez Zúñiga: “Una novela es una multiplicación de espejos rotos”

La Guerra Civil le interesa a Ernesto Pérez Zúñiga como una explicación para los prolongados silencios y las medias palabras de sus abuelos. Lo que no se dice, como lo que no está, esconde enormes tragedias. De esa obsesión nació su primera novela, Santo diablo, en la cual presenta una visión fabulística de aquel período crucial del siglo XX ibérico. Su inclinación natural por las historias de los perdedores, su entusiasmo por Ramón del Valle Inclán y su sospecha de que puede repetirse la historia de los totalitarismos pasados fueron la génesis de No cantaremos en tierra de extraños, una novela sobre la posguerra que puede leerse como una secuela de aquella publicada en 2004. El drama de los personajes que no podían regresar a su país porque allí se sentirían como exiliados existía en su cabeza desde hacía años; solo faltaba un teatro para
representarlo.


– El contraste entre las aspiraciones de los personajes de la No cantaremos, Juan Montenegro y Manuel Juanmaría, con la España devastada que encuentran en su paso a través de La Mancha remite a la dimensión mítica de Luces de Bohemia, de Valle Inclán. ¿Está aún presente el esperpento en el país?
El hallazgo de la revista Los Anales del Hospital Varsovia que le reveló la creación, en 1944, de ese hospital en Toulouse a donde habían ido a parar soldados españoles en el crepúsculo de la Segunda Guerra Mundial, le ofreció un ambiente en el cual podía examinar cómo se modificaron las ilusiones de bienestar que tenían los revolucionarios de la España de entonces. Pero el autor nacido en Madrid en 1971 es de la generación que ha elevado a Quentin Tarantino a la categoría de genio y en su cabeza se mezcla esa estética de la satirización de la violencia con los western –género fílmico que adora desde la niñez– y con  el mito de Orfeo que atraviesa el infierno en busca de Eurídice. Porque todas esas dimensiones míticas tiene la obra del también autor de La fuga del maestro Tartini (2013). Y dice que todas esas dimensiones describen el pasado tanto como el presente.

– En todas partes. Intenté crear el esperpento en la imagen de los huesos de su padre que lleva Montenegro a cuestas, atados a su caballo, por buena parte de la novela. Eso es un símbolo: Caminamos con nuestros muertos porque llevamos siempre encima el pasado. Somos la construcción que hacemos del presente, pero estamos aquí gracias a nuestros ancestros: a lo que ellos construyeron y lo que destruyeron. Ese soniquete que van rimando los huesos del padre de Montenegro durante su aventura a caballo es una llamada de atención sobre nuestra historia.

– Pero, ¿dónde reconoces en la actualidad esperpentos?

–La política de España merece su esperpento, por supuesto. Pero también lo merece su sociedad: A los españoles nos faltó ética en nuestro paso del triunfalismo consumista anterior a la crisis, cuando se permitía con desparpajo la corrupción como un mal inevitable en un sistema en el que todos se enriquecían y el llanto ético de ahora que, en el fondo, solo es interés económico. Allí hay esperpento. La gente ahora se rasga las vestiduras con fundamentos éticos cuando la gente antes estaba muy contenta con lo que estaba pasando y lo que tenían. Eso merece un esperpento, como también las luchas ideológicas tremendas que hay: toda la ética del provecho propio puede servir para construir un esperpento. Y, algún día, lo haré.

– ¿Cómo esta situación en España se inserta en un contexto global más extenso?

– Occidente se fue al carajo en 2001 con la caída de las Torres Gemelas porque con la reacción maniqueísta a este ataque se liberaron los discursos del miedo que habían estado contenidos por la ilustración posterior a la Segunda Guerra Mundial. Ahora, de nuevo, el mundo se divide en buenos y malos; la pertenencia a segmentos sociales o a ideologías está radicalizada. El populismo, que ahora está en todas partes, apunta hacia las emociones y aprovecha las heridas no cerradas de la historia, como (en el caso español) la Guerra Civil y las diferencias de clase. Uno de los grandes retos de la actualidad es entender que las ideologías que usan los partidos políticos son herramientas de poder, solo buscan conseguir votos y no pretenden la construcción de una sociedad. Si los partidos políticos europeos se reunieran en los valores nos daríamos cuenta de en cuántos asuntos básicos estamos de acuerdo. Eso cambiaría las cosas.

– En poesía has escrito libros como Calles para un pez luna (2002), Cuadernos del hábito oscuro (2007) y Siete caminos para Beatriz (2014). ¿Este género te ayuda a escribir narrativa?

– No. La poesía es el principio del conocimiento; es escuchar la música que viene de una emoción o de una idea. Escribir un poema es el reflejo de lo que hay en un espejo y escribir narrativa va más allá del espejo, una novela es una multiplicación de espejos rotos. Pertenece al inconsciente colectivo como a la historia propia. Pero algo tienen en común ambos géneros: lo que hace que un texto sea poético es cazar algo que no existe y traerlo al lenguaje; también en la novela cazamos un mundo que antes no estaba y lo codificamos por primera vez en el lenguaje; lo que pasa con la novela es que los modos del discurso son mucho más amplios.

Michelle Roche Rodríguez

@michiroche

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