Lidia Falcón sobre Los años rotos: Dacia Maraini, la denuncia y el compromiso

Dacia Maraini es una de las grandes autoras del feminismo italiano: en su producción literaria y dramática ha reflejado los varios aspectos de la marginación y la opresión de la mujer desde diversas perspectivas. Cuando la conocí en Roma, primero, y más tarde cuando la invité a participar en la Muestra de Teatro Feminista que dirigí en junio, julio y agosto de 1987, comprendí que era una personalidad capaz de analizar profundamente las circunstancias y los caracteres, y que de su talento y de ese afán de conocer y comprender el mundo nacía una obra fundamental para entender el feminismo, la sociología y la psicología del país transalpino.

Maraini ha abarcado a lo largo de su exitosa carrera distintos géneros —novela, poesía, teatro y guión cinematográfico—, y en todos ellos ha logrado destacar, manteniendo intacto su firme compromiso feminista. Un compromiso que, a través de su teatro, de sus relatos y sus novelas, se ha plasmado en una constante, obstinada denuncia de las vejaciones sufridas por las mujeres. Los años rotos es, de hecho, el fruto de la observación que la autora realizó de la situación femenina en la periferia proletaria de la Roma de los años sesenta. Una época turbulenta, distante años luz del presente; y sin embargo, si analizamos la historia de Enrica y la sobreponemos a aquella de las adolescentes de hoy, obtendremos la síntesis de lo que ha supuesto la lucha feminista para las mujeres en Italia y, yo añadiría, en casi toda Europa.

En esta novela se le da voz a la frustración permanente que sufrían las adolescentes como Enrica a mitad del siglo pasado, sin posibilidad de cambios porque las perspectivas estaban tasadas en pocas alternativas: un matrimonio normalmente infeliz pero indisoluble a causa del inmenso poder de la Iglesia católica en Italia; un trabajo alienante y mal pagado, insuficiente para colmar las expectativas profesionales e incapaz de alimentar un sentimiento de realización personal; o la opción religiosa, siempre presente en los países católicos como Italia y España. Y poco más, dada la marginación en que la mujer estaba —y en cierta medida sigue estando— sumida, apartada de las grandes causas sociales y políticas y condenada a no poder desempeñar un papel protagonista en su sociedad. Enrica observa a su madre y piensa:  “Mientras encendía el gas, apretó los labios resecos, como de vieja, y me pareció verme a mí misma en su lugar, con un hombre sentado en el sitio de papá y una cocina idéntica a esta, con los mismos olores y los mismos gestos. Me sentí consternada”.

Este podría ser el resumen de una obra que se distingue por el detallismo de las descripciones y el análisis de sentimientos y emociones de los personajes, inmersos en la sordidez de una vida con escasos recursos y cuyo horizonte se limita a la supervivencia cotidiana.

Y es que toda la narración está envuelta en un hálito de pasividad y tristeza. Triste y patética es la depedencia afectiva de Enrica, obsesionada con recibir la atención de un chico que no la quiere y que únicamente la utiliza para unos encuentros sexuales rápidos, en los que sólo él encuentra satisfacción; triste resulta, también, su pasivo consentimiento a que otros muchachos la utilicen con el mismo fin, sin que se vislumbre ningún propósito en este dejarse utilizar por varones que no se implican afectivamente.

Sórdidas son las relaciones sexuales cotidianas regidas por la indiferencia y la frustración, y las actitudes de hombres egoístas que requieren obsesivamente a Enrica. Cumpliendo la contradicción que señala la sabiduría popular, ella se siente atraída por quien se muestra más indiferente y resulta más egoísta, mientras rechaza a quien le ofrece ternura y protección.

Resulta asimismo patético el retrato de todos los seres humanos que se mueven alrededor de Enrica. La mirada de Maraini disecciona los ambientes y los personajes como un escalpelo, sin una frase escandalosa, sin una palabra malsonante, creando una atmósfera opresiva y mezquina. Las descripciones de los barrios obreros nos recuerdan al cine neorrealista italiano de posguerra y los ambientes aristocráticos son idénticos a los decorados de Visconti.

Con una capacidad descriptiva enriquecida por sus dotes de dramaturga, Maraini recrea los escenarios, las calles, las habitaciones, el vestuario, las expresiones, y retrata la Roma más marginal: obreros con trabajos inseguros y eventuales, muchachas que buscan amor y encuentran rechazo; gigolós y damas adineradas que viven relaciones sexuales insatisfechas y angustiadas.

«Mi madre chilla siempre, no puedo con ella. Desde que la conozco no hace más que amamantar niños y limpiar los suelos despotricando contra todos»

Emblemático de este ambiente de resignada desesperación es el diálogo entre el gigolós y Enrica, que traza la imagen de una familia situada más en el lumpen que en el proletariado, y a la que, como a la de Enrica, no le queda ninguna esperanza:

“—¿Tienes muchos hermanos?

—Seis. Mi madre chilla siempre, no puedo con ella. Desde que la conozco no hace más que amamantar niños y limpiar los suelos despotricando contra todos.

—¿Y tu padre qué hace?

—No sé. Hoy hace una cosa, mañana otra.”

En esta pesarosa indefinición, con la inquietud de no saber encontrar el cauce para sus vacilantes propósitos, la protagonista se enfrenta a su futuro sin más recursos que su juventud y su belleza. Armas que en el caso de las mujeres de los años sesenta del siglo pasado solían ser más enemigas que aliadas.

Sin duda nos encontramos ante una pequeña obra maestra que debería ser conocida no solo por los expertos que tantas veces olvidan a las escritoras, sino fundamentalmente por las lectoras, tanto las de una generación mayor, que recordarán con rechazo la miseria, la frustración y la violencia propia de esa época, como las más jóvenes, que hoy, aun en un contexto social muy diferente, siguen sumidas en las vacilaciones y ansiedades que comporta la eterna necesidad de amor, sexualidad y compenetración con el hombre que el deseo impone.

 

Lidia Falcón creó el Colectivo Feminista de Barcelona, la Organización Feminista Revolucionaria la célula el Partido Feminista del España, la revista Vindicación feminista y la editorial Ediciones de Feminismo. Escribe teatro, narrativa y ensayo.

 

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